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Cuando se inicia un proceso constituyente resulta recomendable hablar con franqueza a la hora de defender nuestros principios, nuestros valores, nuestras ideologías y nuestros intereses. No queda otra. Está en juego el tipo de país que queremos a futuro. En tal sentido no queda más que deplorar con fuerza a quienes disfrazan sus creencias con discursos mentirosos, como si se avergonzaran de ellas. Las continuas quejas de Chile Vamos a la neutralidad del proceso constituyente y su fervorosa «defensa de los trabajadores» ante el Tribunal Constitucional, así como los temores ante la falta de «certeza jurídica» (cuando en realidad se teme a la Justicia), forman parte de un cóctel de excusas tan explosivo como indignante a oídos de ciudadanos cansados de que los sigan tomando por tontos.     

Uno de los clamores de Chile apunta una necesidad cuya satisfacción no requiere de grandes reformas ni de grandes inversiones. Es sencilla: Chile clama por una mayor honestidad intelectual. El país necesita ver a políticos, empresarios, investigadores, intelectuales a sueldo y cagatintas de oportunidad alineando su discurso público con sus prácticas cotidianas y sus más genuinas creencias. Eso es lo deseable, máxime si estamos iniciando un proceso de transformaciones constitucionales. Tampoco es mucho pedir cuando tal sugerencia va en directo beneficio de ellos mismos y sus posturas, todas legítimas, por cierto.

En esta necesidad de erradicar las hipocresía rampante que vemos es que se torna intolerable escuchar a Chile Vamos defendiendo los derechos de los trabajadores cuando nada ha hecho en concreto por ellos, los aporreados trabajadores de Chile, los mismos que en promedio ganan trescientos cincuenta mil pesos líquidos y deben endeudarse para ir al supermercado, a esos mismos que muchas veces ni siquiera se les pagan sus cotizaciones. Hablamos de los mismos a los que se les rechazan las licencias médicas, a los que se les somete a toda clase de abusos sin que sus empleadores tengan temor a ser sancionados… Para qué seguir. Ya no es tolerable tanto chamullo.

Tampoco es honesto decir que, en el fondo, defienden a las pymes cuando no han movido un dedo en pos de subsanar los grandes problemas que aquejan al sector. ¿Qué han hecho ellos para impedir que la banca les siga aplicando tasas de interés usurarias en cada crédito que extienden? ¿Y qué se ha hecho en concreto para evitar que las grandes empresas les paguen a seis meses? Nada. Ya no son razonables más mentiras de este tipo. Las personas no toleran más que las tomen por imbéciles. En ese sentido, tampoco resulta admisible verlos echar mano a cualquier excusa para objetar todo el proceso constituyente, ni mucho menos que reclamen una neutralidad y una objetividad que resulta impropia al fragor de una discusión que, precisamente, apunta a elaborar las bases de una nueva Constitución Política. Repetimos: política. Política pura y dura.   En ese sentido, lo mejor es decir que no quieren una nueva constitución, que la actual, con algunos cambios por ahí, es lo mejor que le puede pasar a Chile. Díganlo, por favor. No hay que tener pudor en la defensa de nuestros intereses. ¿Quién no los tiene?

Las ideas que se ocultan nunca ganan el respeto y el aprecio de los demás. Y por eso las voces más conservadores han de llevar su mensaje con el mismo empeño que en los años dorados de la transición, siempre con franqueza, sin ocultar sus verdaderos intereses

Al respecto es más saludable una voz neoconservadora como la de Axel Kaiser. Las cosas que dice pueden sonar chocantes, brutales, casi siempre delirantes, pero al menos son sinceras. Eso es lo que debe hacer la derecha chilena: hablar con convicción sobre las bondades de su visión ideológica del mundo, enumerarlas si es necesario. Decir, sin un ápice de vergüenza, con la frente en alto, con Federico Hayek y Milton Friedman en el corazón: “Lo mejor que le puede pasar a Chile y al mundo es un estado pequeño, porque el estado tiene una naturaleza opresiva toda vez que utiliza todo su poder coactivo para aplastar las pulsiones del individuo. Creemos en la libertad, y creemos que no hay libertad más importante que la libertad económica. No coartemos al ser humano, que ha de tener sólo un norte en esta vida: maximizar sus beneficios y ganancias individuales”.

Y el conservadurismo, de ambas coaliciones, debe decir mirando directo a los ojos de sus interlocutores, o mejor dicho a todos los electores del país: “Creemos que el ser humano es egoísta por naturaleza. Creemos que un país con menos estado es lo mejor que nos puede pasar, y mientras menos planifique e intervenga en la economía, pues tanto mejor en aras de algo que nosotros creemos a rajatabla, que es el orden espontáneo”. Pero que ojalá no se queden ahí, que continúen explicando las ventajas del mundo que desean construir.

Las ideas que se ocultan nunca ganan el respeto y el aprecio de los demás. Y por eso las voces más conservadores han de llevar su mensaje con el mismo empeño que en los años dorados de la transición, siempre con franqueza, sin ocultar sus verdaderos intereses: “Mientras menos estado tengamos, más libres seremos. Ojalá paguemos el mínimo posible de impuestos que, en otras palabras, no son más que un robo. Debemos restar importancia a consideraciones chapuceras como las de carácter medioambiental o la defensa de los derechos laborales o sociales porque no creemos en ellos. Además afectan al crecimiento. Es más: dudamos si existe eso que llaman ‘sociedad’. Da lo mismo la igualdad; lo importante es que los que están abajo en la pirámide social tengan un mínimo más que aceptable para satisfacer sus necesidades”. Punto. Nada más de florituras ni sensiblerías que les ruborice y que les obligue a poner la cara de palo a cada tanto. No más. Sería lo mejor para todos.

Es tiempo de hablar con la verdad, a calzón quitado, como decía Horst Paulmann con su tono siempre campechano. Chile lo necesita. Es efectivo, entonces, que la Constitución tiene un origen espurio y criminal. Sabemos también que es ilegítima y monstruosa por cuanto niega derechos como ninguna otra en el mundo, al tiempo que garantiza el enriquecimiento y los privilegios de clase a un grupo muy endogámico… En fin. Todo eso lo sabemos. Pero es de una deshonestidad brutal sostener que la Reforma Laboral dependía de una reforma previa a esta Constitución o de la eliminación del tribunal encargado de cautelar, cuoteo político mediante, las normas que esta carta magna contiene. Es más: con estas mismas reglas la Reforma Laboral se pudo haber salvado si se hubiera hecho el mínimo esfuerzo por ganar la mayoría en el Tribunal Constitucional cuando correspondía. Pero el gobierno y su coalición no lo hicieron. Al revés: hicieron todo para darle la mayoría a la derecha toda vez que nunca tuvo (y repetimos: nunca tuvo) convicción en sus reformas. Nunca. A la larga hablamos de una coalición orgullosa del modelo que administró durante tanto tiempo. Tan simple como eso. ¿Tienen derecho a creerlo? Claro que sí. Sólo sería bueno que lo dijeran, nada más. En lo que toca a este caso en particular, habría que recordar que la Ley de Inclusión en la Educación Escolar (fin al copago, al lucro y la selección) se salvó porque estaba la correlación de fuerzas que exigía el éxito en esa Tercera Cámara. Sólo eso se necesitaba: ganar la mayoría. Y ésta se perdió de manera intencional-

Hay interesantes notas informativas que dan cuenta de cómo la Nueva Mayoría renunció, paradójicamente, a ser mayoría. Y el plan funciona, ya que el gobierno de la NM hoy puede lavarse las manos y culpar de todos sus males a la Constitución de Pinochet, al Tribunal Constitucional, a la derecha, a las brujas, y no a los quintacolumnistas propios, los que una vez más han estafado a la ciudadanía que los votó.

No es que Chile sea un paradigma de justicia, pero el solo hecho de ver a un pez gordo sujeto a formalización o bajo investigación ya es un hecho insoportable para sus ego enorme. El amor propio de estos tipos es vasto, inconmensurable, inversamente proporcional al decoro y la honestidad con que actúan a diario. Nuestros empresarios y políticos llevan mucho tiempo acostumbrados a la zalema y la lisonja rastrera que a diario les prodigan sus empleados, sus amigos, sus familiares, los medios afines y los políticos chupamedias de siempre

Asimismo, parece muy deshonesto atribuirle culpas a los directivos del Servicio Electoral por el fiasco en la inscripción de primarias. No se sostiene tanto chamullo. Es sabido que no se llegó a un acuerdo  porque cada partido cuida el poder que ha adquirido en cualquier institución, en cualquier lugar, no importa en qué organismo extienda sus ventosas; es obvio, en consecuencia, que un partido político siempre cuide a los militantes que se encuentran a la cabeza de un municipio, al mismo tiempo que trata de conservar las peguitas que ha dado a sus operadores políticos y militantes.

Pero las muestras más agraviantes de deshonestidad intelectual no terminan ahí, porque tampoco es muy honesto justificar una especie de autoexilio diciendo que en Chile no existe «certeza jurídica». ¿Qué certeza jurídica desea el exministro de Hacienda Hernán Büchi que ha decidido partir a Suiza, país sin tratado de extradición con Chile? Ah pues, es obvio. Lo decíamos en una anterior columna: la jauja de los años dorados de la transición, en lo posible lo que podíamos ver en los años ‘90. ¿Y que imperaba en esos años? Una opinión pública acrítica y sumisa, políticos serviciales con el poder económico o derechamente vendidos a los empresarios, puerta giratoria, componendas de toda laya, acuerdos gatopardistas para mantener las altas tasas de ganancias de las empresas, transferencias de recursos públicos a los privados. Está bien: hoy en día todo sigue más o menos igual, pero ya les cuesta un poco más continuar con el latrocinio. ¿Algo más? Claro. En el caso de Hernán Büchi, claro que hay algo más: la impunidad. A Büchi le gustaría ver restituida la impunidad por razones de estado, pues tiene plena conciencia de estar metido en un problema. Mal que mal su nombre ha salido en un caso que vaya a saber uno dónde irá a parar. ¿Le suena el caso de los Papeles de Panamá? Da justo la coincidencia de que nuestro buen amigo se nos va apenas estalla la noticia de la filtración.

No es que Chile sea un paradigma de justicia, pero el solo hecho de ver a un pez gordo sujeto a formalización o bajo investigación ya es un hecho insoportable para sus ego enorme. El amor propio de estos tipos es vasto, inconmensurable, inversamente proporcional al decoro y la honestidad con que actúan a diario. Nuestros empresarios y políticos llevan mucho tiempo acostumbrados a la zalema y la lisonja rastrera que a diario les prodigan sus empleados, sus amigos, sus familiares, los medios afines y los políticos chupamedias de siempre.

El Soberano

La plataforma de los movimientos y organizaciones ciudadanas de Chile.

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