Mathias Riquero, volante uruguayo-chileno, tuvo una iniciativa que no puede sino calificarse de excelente y loable: decidió crear en el vestuario de su cuadro una pequeña biblioteca para despertar en sus compañeros el hábito de la lectura. Que el ejemplo cunda y se multiplique, porque estamos convertidos en un país de iletrados en que ni siquiera se salva el Presidente de la República.

*Por Lautaro Guerrero

Mathias Riquero, volante uruguayo de Deportes Temuco, merece todo nuestro reconocimiento. No tanto por lo hecho en canchas chilenas, vistiendo las camisetas de Ñublense, Deportes Iquique y ahora la del club del “Matador” Salas, que no ha sido poco para el proveniente del Danubio de Montevideo, sino por su loable iniciativa de crear una pequeña biblioteca en el vestuario de su actual club para que sus compañeros lean y -ganas mediante- adquieran ese producto suntuario para nuestros tiempos que se conoce como cultura.

Comenzó, como él mismo cuenta, con unos pocos libros cuya exclusiva temática está relacionada con el fútbol. En buena hora. De alguna manera hay que crear el saludable hábito, primer paso para transitar desde las historias futboleras a algo más. Hacia una novela que te atrape con sus personajes y su trama. Hacia ese texto histórico que te ayude a conocer mejor el mundo que habitas. Hacia ese ensayo -¿por qué no?- que te brinde un punto de vista susceptible de ser contrastado luego con otro que se ubique conceptualmente en las antípodas y puedas decidir libremente cuál de ellos se acomoda mejor a lo que es tu pensamiento o a tu forma de ver la vida.

La iniciativa de Riquero, no cabe duda, es tan elogiable como quijotesca. En un mundo cada vez más tecnológico, hedonista y vacuo, leer se ha ido convirtiendo en una costumbre en acelerada extinción.

¿Los libros son caros, y además de eso están afectos a un bárbaro IVA que los torna más inalcanzables? Es rotundamente cierto. Los que mandan no lo dicen, pero saben que el que un libro sea producto oneroso a ellos les conviene por el ángulo que el asunto se mire. Primero, porque vendiéndose libros recaudarán impuestos igual que si se tratara de la compra de vestuario, cigarrillos o trago; segundo, porque un buen libro es un arma formidable de cultura y no hay nada más amenazante y peligroso que el populacho se informe y se culturice.

Una biblioteca de hogar particular, que es lo que nunca encontraremos en ninguna casa particular…

Nunca fue más sabio el Che que cuando dijo: “Un pueblo ignorante es un pueblo muy fácil de engañar”.

Con la pérdida de la Democracia (así, con mayúsculas, no como la democracia de juguete que tenemos ahora), perdimos también la posibilidad de que el libro fuera leído tanto por el catedrático como por el simple trabajador. Tanto por la dama encopetada como por su “nana”. La editorial estatal “Quimantú” fue desmantelada luego del golpe cívico-militar y con ello se difuminó por completo la posibilidad de que el pueblo comprara verdaderas joyitas de la literatura universal lanzadas al mercado en empaste rústico y cuyo valor las hacía accesibles a cualquiera.

No. No estamos delirando ni mistificando. Los viejos que tuvimos la suerte de vivir sin tablets ni celulares recordamos que comprar “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, o “Diez días que estremecieron al mundo”, era equivalente a comprar un vino pasable o esa cajetilla de cigarrillos que ayudaba en momentos de tensión a sobrellevar la barbarie que ya comenzaba a abatirse sobre Chile, preludiando horas negras y trágicas.

Hoy, tristemente, son pocos, muy pocos, los que leen. El mercado también nos fue quitando el hábito. Si ver un periódico en manos de un pasajero del Metro poblado de zopencos cual idiotas mirando con unción sus celulares da para pedirle un autógrafo al tipo, o solicitarle una “selfie”, para ponernos más al día, pillar a uno leyendo un libro ya daría para entrevistarlo, con fotos y todo.

Por bicho raro.

Y así es como estamos. Los que saben dicen que el diario en papel está condenado a desaparecer de aquí a unos pocos años y sólo falta que, ante la tozudez de unos pocos, se cree una policía como la que Ray Bradbury imaginó para “Farenheit 451”, cuya única misión era quemar cuanto libro se pillara por ahí circulando. Por malsanos y peligrosos.

Sebastián Piñera Echeñique, cuyas lista de virtudes -digámoslo- no incluye precisamente la erudición.

El resultado es que nos fuimos convirtiendo lenta, pero inexorablemente, de pueblo digno y crecientemente culto, en un pueblo de patanes ignaros.

¿Exageración? Para nada.

Muchos de nuestros honorables parlamentarios no han leído un libro en su vida y hasta nuestra primera autoridad, el Excelentísimo Presidente de la República, ha dejado en claro en más de una oportunidad su condición de iletrado, creyendo por ejemplo que Robinson Crusoe, el inolvidable náufrago creado por la pluma de Daniel Defoe, era un personaje real. De carne y hueso.

Y en su mención dejó en claro, además, que ni siquiera había leído el libro, atribuyéndole a Crusoe en la isla (Juan Fernández, se imaginan muchos), una estadía de cuatro años, cuando en realidad el pobre Robinson había pasado toda una vida luchando por sobrevivir en medio de la soledad más absoluta.

Del mismo modo, el Presidente pudo haberse evitado el papelón de designar como ministro de la Cultura y las Artes a ese señor Mauricio Rojas que pretendió negar groseramente la historia calificando al “Museo de la Memoria” como un “montaje”. ¿Cómo? Si hubiera leído, o al menos oído hablar, de esa obra cumbre de la literatura universal escrita a dos manos por el propio Rojas y su amigo ahora canciller Roberto Ampuero, titulada “Diálogo de conversos”.

Resultado: Mauricito duró menos que una parrillada para quince en el cargo, porque el mundo de la cultura de este país podía aguantarle que se declarara “converso”, pero no que, para caerle simpático a sus nuevos amos, dijera que los asesinados, torturados y desaparecidos, eran sólo una entelequia inventada por la izquierda.

Por todo eso, y mucho más, no cabe sino aplaudir esta verdadera patriada extra futbolística de Riquero. Y es que su iniciativa -excelente, como ya dijimos- no deja también de dar un poquito de bronca: ¿Por qué no se le ocurrió antes a un jugador chileno?

Mauricio Rojas, un tipo vivaracho porque, al menos, tiene el hábito de leer algo más que el Icarito.

Aprovechen, muchachos de Deportes Temuco. Que, como decía mi recordado profesor de Castellano Alberto Urbina, del legendario Liceo Valentín Letelier, “los libros no muerden”.

Y ojalá que el ejemplo de Riquero se extienda hacia otros clubes profesionales de nuestro campeonato. Mejor: que se propague por todo el territorio nacional y el saludable hábito de la lectura permee a todos los sectores y a todas las edades.

Aunque pocas, bibliotecas todavía hay, y amigos “computines” me cuentan que la internet también sirve para captar buenos libros. Más aún: si alguien quiere leer una bazofia firmada por Pablo Coelho, o la última pomada de la Pilar Sordo, también vale. La cuestión es empezar por algo.

Hasta el atochado, y a estas alturas insufrible Metro, ofrece a los capitalinos la posibilidad de rescatar más de alguna joyita que abra horizontes y enriquezca el alma.

Cierto que los libros son caros, pero no hay excusa para no acceder a ellos.

¿Cómo puedo contribuirte, Mathias, con un par de libros que vayan engrosando tu biblioteca?

Deja un comentario

Deja un comentarioCancelar respuesta

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.