De dicho al hecho hay mucho trecho, dice el viejo adagio popular. Y es verdad: una cosa es decir y otra, muy distinta y siempre más difícil, es hacer. Se vio con Jorge Sampaoli, para desilusión de muchos que llegaron a admirar un trabajo futbolístico que aún hoy luce impecable y metódico. Sin embargo, esta desalineación entre discurso político de izquierda y una praxis basada en el más radical de los individualismos parece ser bastante más común de lo que uno cree en los sectores de izquierda, especialmente al interior del partido que ha de ser eje del progresismo chileno. Es más: Sampaoli, el evasor de impuestos, habría sido número puesto en las pichangas del Partido «Sociolisto».
Se fue Jorge Sampaoli. Contractualmente sigue atado a Chile, es verdad, pero su cabeza está en otra parte, muy lejos de aquí, a medio camino entre un país de Europa en cuya liga pronto estará dirigiendo (calidad a su trabajo no le falta) y el paraíso tributario donde sus dineros quedarían a buen recaudo de la poruña fiscal, como más o menos dio a entender el técnico argentino a un conocido periodista deportivo. Un acto que consideró legítimo, demás está decir, aunque objetivamente fuera en curso de colisión con el sistema de principios y valores que él mismo ha propugnado verbalmente, siempre más cercanos al mundo socialista, o socialdemócrata, para ser más precisos.
Recordar su férrea defensa de la educación pública, así como de otros derechos sociales, a estas alturas ya no genera agradecimiento en las grandes mayorías, sino más bien sentimientos de perplejidad, estupor, desilusión y confusión, toda vez que, a muy poco andar, al técnico de la Roja se le vio, con acciones concretas, y al más puro estilo Axel Kaiser, defendiendo aquella pintoresca y extravagante idea surgida de los sectores más fanatizados de la economía libre, cual es asumir los impuestos como un robo al bolsillo de las personas.
Sin entrar a una discusión sobre la importancia y beneficio de los impuestos (aun cuando los países más desarrollados y con mejor calidad de vida cobran impuestos altísimos, no así los países del África subsahariana), lo que Sampaoli ha hecho es negarse a pagar los gastos comunes en un país que le ha dado todo. ¿Cuáles son esos gastos comunes? Los gastos comunes que contribuyen a dar cumplimiento a esos derechos sociales que él tan generosamente reclama para todos nosotros. ¿Cómo pagar la educación entonces si no es por vía de una tributación a la altura de tan noble desafío? ¿Y una salud pública de calidad? Si Sampaoli sufría un portonazo, ¿también llamaría a Carabineros como lo hacemos todos quienes pagamos impuestos? Tan flagrante inconsistencia entre acto y discurso no hizo más que dinamitar su popularidad en tiempo récord, que es más o menos lo que le ocurrió a la Presidenta Bachelet con el caso Caval.
Pero esta inconsistencia no es propia de Sampaoli ni mucho menos; sabemos que es más bien la enfermedad de nuestro tiempo, de nuestra era, el vicio de la cultura transicional, eminementemente posmoderna, que construye sentido y realidad a través del lenguaje y no a través de los actos, un fenómeno tan profundo en la cultura nacional –y por añadidura a la cultura política de Chile- que hace posible que hasta el presidente de la UDI, Hernán Larraín, afirme que su partido no es de derecha.
lo que Sampaoli ha hecho es negarse a pagar los gastos comunes en un país que le ha dado todo. ¿Cuáles son esos gastos comunes? Los gastos comunes que contribuyen a dar cumplimiento a esos derechos sociales que él tan generosamente reclama para todos nosotros
Lo ocurrido con Sampaoli pega con especial dureza a la izquierda, donde se supone que está el mundo progresista, y más específicamente a los que han de situarse como eje del sector, el Partido Socialista, uno de los partidos más tradicionales del país, una colectividad que, precisamente por su peso histórico, se debate en un proceso de degradación producto de esa grave confusión identitaria que lo afecta, y que quedó tan bien reflejada en las últimas declaraciones hechas por uno de sus máximos dirigentes históricos, Camilo Escalona, que en una entrevista en revista Qué Pasa (haciendo una afirmación que reviste la máxima gravedad dada su responsabilidad al interior del partido) justificó su insistente llamado a la prudencia fiscal de la Nueva Mayoría -y por consiguiente la gradualidad de las reformas- a partir de los estragos que causó la, a su juicio, irresponsable gestión económica de las socialdemocracias europeas.
Preocupa que un dirigente histórico del PS haga propia la versión de los bancos para explicar las razones de la espantosa debacle financiera, pese a que tal explicación ha sido desmentida por evidencia científica, siempre rigurosa y concluyente a la hora de demostrar que el desastre ha sido causado por el vandalismo de bancos e instituciones financieras en un marco de anarquía, desgobierno y desregulación. ¿Sabrá Escalona que todos esos países irresponsables llegaron a la crisis con superávit fiscal? ¿Qué tan enterado está Escalona, viejo integrante en comisiones de Hacienda del Congreso, que sólo una cuarta parte de la deuda de esos países fue contraída por los Estados precisamente, oh paradoja, para financiar tanto el salvataje a los bancos como los planes de estímulo de esas economías previamente destruidas por los excesos de estas instituciones?
Esa extrema renovación socialista
Es cierto; lo de Escalona resulta preocupante (¿ignorancia?, ¿transfuguismo?, ¿sentido de oportunidad?), pero en ningún caso sorprende habida cuenta de su ya clásico compromiso con el inmovilismo y el orden, por una parte, y la forma en que, por otra, el PS ha perdido su sentido histórico para convertirse en una agencia de contactos y pegas bien remuneradas en el aparato estatal. El PS tiene una nómina de militantes, una orgánica, sedes, pero ¿qué más? ¿Alguien tiene claro cuál es el ideario del partido? ¿Es posible que el partido eje de la izquierda reniegue de una Asamblea Constituyente, o que al menos no se haya plegado con entusiasmo a una campaña a efectos de legitimar un nuevo orden constitucional más democrático, más inclusivo?
Una mención especial merece Sebastián Dávalos Bachelet, niño símbolo de la descomposición ética del socialismo chileno, hombre dado al lujo y a la ostentación, quien además invitó a militar a su esposa, Natalia Compagnon, pese a que él mismo se había encargado de vociferar la inveterada inclinación de su cónyuge hacia posturas políticas de derecha.
El caso del PS es digno de estudio. Porque amerita un estudio serio el hecho de que un Partido Socialista, por más que la historia lo haya forzado a renovarse, termine siendo el domicilio político de personajes como Enrique Correa, otrora entusiasta defensor del avanzar sin transar y cultor de una flamígera oratoria revolucionaria, hoy devenido en connotado apologista del mercado y sus excesos, confeso relativista de la corrupción en tanto fenómeno social, epítome del oportunismo, un activista infatigable en pos de ocultar o disimular, a cambio de un suculento pago de honorarios, el extravío moral de las élites, cuya militancia en el partido de Allende resulta tan bochornosa como la de Francisco Estévez, exdirector de AFP Provida, dirigente de Cruzados S.A., entidad que regenta la rama del Fútbol del Club Deportivo Universidad Católica, un personaje que, entre otras tantas acciones memorables, abogó por medidas orientadas a impedir que hinchas de Colo Colo siquiera se acercaran a San Carlos de Apoquindo para asistir a un partido del Campeonato Nacional, y que tuvo la idea brillante, en calidad de Presidente de BancoEstado, de realizar cobros abusivos por casi 6 mil millones de pesos a los tenedores de Cuenta Rut en ese banco estatal, la mayoría de escasos recursos. Para colmo de males, fue mientras estuvo en BancoEstado que otorgó un millonario préstamo a Andrónico Luksic para que pudiera comprar el Banco de Chile, lugar donde este visionario socialista fue a trabajar luego de que el magnate chileno cumpliera su objetivo.
Huelga decir que por su participación en el apartheid en contra de los hinchas albos fue amonestado muy simbólicamente por el tribunal de su colectividad. Al parecer, la blandura del castigo dice mucho de la postura institucional del socialismo frente a estos actos.
Y suma y sigue: Fulvio Rossi, senador, investigado por mendigar dinero a Corpesca (empresa a la que defendió muy bien durante la discusión de la polémica ley) y SQM, empresa del yerno de Pinochet; Manuel Marfán, reconocido economista de la plaza, exintegrante del directorio del Banco Central, acérrimo crítico de la reforma laboral, otro exégeta del integrismo mercachifle. Una mención especial merece Sebastián Dávalos Bachelet, niño símbolo de la descomposición ética del socialismo chileno, hombre dado al lujo y a la ostentación, quien además invitó a militar a su esposa, Natalia Compagnon, pese a que él mismo se había encargado de vociferar la inveterada inclinación de su cónyuge hacia posturas políticas de derecha. Es legítimo ser de derechas, pero ¿por qué el PS admite en sus filas a una persona con ideas de derecha? ¿Será que, en cierta medida, las comparte? A juzgar por las acciones de mucho de sus militantes, en razón del vaciamiento de sentido doctrinario producido en estas décadas de ayuno ideológico, probablemente la respuesta sea positiva.
Da la impresión de que la rendición ideológica del PS fue total tras la caída de los socialismos reales, y que su posicionamiento como referente socialdemócrata lo llevó a abjurar de acciones decididas para cambiar este estado de cosas, limitando su labor legislativa (sólo ahí se expresa su plan de acción) a la transformación cosmética de un orden social y económico que resulta anómalo según todos los cánones democráticos de Occidente.
¿Cómo se estará revolcando en su tumba el Presidente Salvador Allende si supiera del curso que ha tomado su partido? ¿Lo entendería? ¿Qué insulto les dedicaría la siempre combativa Negra Lazo a estos militantes consulares del socialismo chileno? Con toda seguridad Mario Palestro los habría invitado amablemente a resolver las diferencias a cornete limpio. ¿Qué diría Clodomiro Almeyda del actual PS? Y más importante: ¿dónde dejamos en este cuadro a Ricardo Lagos, aclamado por el empresariado en Casapiedra cuando ya dejaba la Presidencia?
Así con los socialistas. Los de acá, los de otros países. En España ya es norma que los grandes barones del PSOE terminen como directores de empresa, no ya para defender novedosos principios de asociatividad o de Responsabilidad Social Empresarial, sino para defender los intereses de sus respectivas empresas en cada una de las instancias de control político y técnico. Elena Salgado, en calidad de directora de Endesa-Enel, defendió en La Moneda las bondades de Hidroaysén.
La mutación de estos tipos ha resultado tan sorprendente, que el expresidente del gobierno español, Felipe González, hoy en Gas Natural Fenosa, llegó incluso a decir que la dictadura de Pinochet había sido más respetuosa de los derechos humanos que el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela, afirmación que produjo estupor en la península e indignación en las víctimas chilenas del régimen. No por nada, los críticos del PSOE refieren a los socialistas como “sociolistos”. Por algo será.
En fin. Si Sampaoli hubiera decidido quedarse más tiempo, nacionalizarse chileno y participar más activamente en la cosa pública de Chile, seguro habría calzado muy bien en el Partido Socialista. Qué no…
Mas bien por la cosa valorica y principios esenciales, Sampaoli es un UDI en todo, excepto en el fallo judicial…