Como no podía dejar tirada a su más fiel colaborada y alcahueta, Piñera le cortó la cabeza a Pauline Kantor, que tampoco era una lumbrera, para darle a la ex vocera una pega muy bien remunerada. Ella aceptó de inmediato, feliz de seguir trabajando con un Presidente al que calificó como “intachable”. Se confirma que estamos todos locos…

Por LAUTARO GUERRERO

La primera en reaccionar ante el nombramiento de Cecilia Pérez como ministra del Deporte, fue la canoísta Karen Roco, medalla de plata en los Panamericanos de Lima y clasificada a los próximos Juegos Olímpicos de Tokio: “Cómo se les ocurre dejarla en Deportes, si no ha jugado ni a las bolitas”, dijo la deportista, interpretando el sentir mayoritario de los funcionarios del ministerio y del Instituto Nacional de Deportes, IND.

Porque el nombramiento de Pérez como nueva titular de la cartera cayó como balde de agua fría en ambos organismos. Y no porque se estimara que la anterior ministra, Pauline Kantor, lo hubiera hecho de maravillas en su año y medio de gestión. Todo lo contrario. Sólo que ubicar a cargo del deporte chileno a nivel gubernamental a la que hasta antes de esta crisis era la vocera del Ejecutivo, se interpretó -y como no podía ser de otra manera- como un burdo y grosero premio de consuelo.

Claramente, fue el mejor modo de no dejarla tirada y cesante, luego que durante todo este tiempo defendiera a brazo partido, y echando mano a todos sus recursos dialécticos, la desastrosa conducción política de Sebastián Piñera, provocadora del mayor estallido social que ha experimentado Chile desde su retorno a su democracia tutelada y de juguete.

¿Que de deportes no tiene idea? ¿Que cuando cabra chica con suerte jugó al luche? ¡A quién le importa…! El deporte jamás le ha interesado a Piñera, y a ninguno de sus predecesores, como no sea para embolinar la perdiz y robar cámara para embaucar giles.

Tan incondicional de Piñera es este personaje que, a la salida de La Moneda, tras su escandaloso nombramiento, emitió, además de las frases huecas de rigor, como que esto es para ella “un nuevo desafío”, un concepto que constituye, además de un descaro sin nombre, un insulto a la inteligencia de todos nosotros.

Y hasta a la historia reciente.

Cecilia Pérez, sin que se le moviera un músculo del rostro, señaló que para ella era un honor y un orgullo trabajar con un Presidente “intachable”.

Muchachos: les advierto que no me he equivocado. Que no cometí un error de tipeo. Pero los entiendo. Cuando escuché lo que dijo, yo también pensé en un primer momento que había oído mal. Pero no: la ex vocera de gobierno lo había dicho con todas sus letras: para ella, Sebastián Piñera es “intachable”.

¿En qué país ha vivido durante todo este tiempo Cecilia Pérez?

¿Olvida el robo del Banco de Talca del que se acusó a Piñera, y que, como dijo el senador Manuel José Ossandón en plena campaña, “no lo declararon reo por lindo? ¿Olvida que a pocos años del retorno a la “democracia” Piñera, con tal de liquidar a un rival político, en este caso Evelyn Matthei, no trepidó en tenderle una trampa, ayudado por un periodista vendido y genuflexo?

¿Que, siendo accionista de Lan Chile, compró miles de acciones con información privilegiada vulnerando con ello groseramente un mercado de valores que dice honrar? Pillado, pagó la multa y, como suele ocurrir con los delincuentes de cuello y corbata de este país, y de los cuales estamos llenos, aquí no ha pasado nada.

¿Olvida Cecilia Pérez que su “intachable” Presidente a comienzos de los años 90 compró una serie de empresas denominadas “zombies” quebradas, mediante las cuales luego evadió millones y millones de pesos en impuestos?

¿Olvida Cecilia Pérez la historia reciente de la casa de veraneo del lago Caburgua, por la cual su “intachable” Presidente jamás pagó las contribuciones durante largos treinta años, en circunstancias que a la gente de a pie el Servicio de Impuestos Internos nunca le perdona ni un solo peso por viviendas absolutamente precarias?

Una de dos: o Cecilia Pérez es una tontita, cosa que me niego a creer, o respondiendo al perfil mayoritario de nuestra clase política tiene una cara de palo que envidiaría cualquier pato malo recluido en Colina 2.

Más allá de la natural molestia de funcionarios estatales y los deportistas por este nombramiento con un espantoso hedor a pago de favores por servicios prestados, unos y otros, a estas alturas, deben convencerse con dolor y rabia que, más allá de frases para la galería, a nuestros astutos gobernantes el deporte jamás les ha interesado un carajo.

Muchas otras cosas, definidas desde siempre como más trascendentes e importantes, tampoco, dicho sea de paso.

Ni a estos caraduras de Chile Vamos ni a una Concertación que, ya demasiado desprestigiada, intentando pasar colada se disfrazó bajo el nombre de “Nueva Mayoría”. Para muchos, la “Nueva Pillería”.

Para no remontarnos demasiado en el tiempo, baste observar lo que significó el deporte para el gobierno de Bachelet II.

En la repartija de cargos, como ministra de Deportes designó a Natalia Riffo, por lejos la más floja e inepta de todos los ineptos que, con una que otra valiosa excepción, han ocupado esa cartera. Para graficarlo mejor: cuando se llamó a marchar a los flojos y a los ineptos, la Riffo llevó juntitas la bandera y la guaripola.

Lo peor es que, en casi tres años de nula gestión, Riffo sólo tuvo entusiasmo a la hora de cobrar, mes a mes, su millonario sueldo. La promesa de campaña de la Presidenta Bachelet, en el sentido de construir a través del país 30 Centros Deportivos para el populacho, se la metió olímpicamente al bolsillo, al punto que sólo uno de esos centros pudo ver la luz al término del período y, por añadidura, a medio morir saltando.

Su increíble excusa fue que “se trata de una tarea muy compleja, porque hay que preguntarle antes a la gente qué clase de centro quiere”. Textual: fue lo que dijo Riffo.

Nadie le advirtió que los tipos de La Pintana muchas ganas de contar con una laguna para el esquí acuático no tenían; que los de La Pincoya no se morían para nada por una cancha de golf; y que los de la San Gregorio se habrían preguntado qué cresta es esto en el caso que a la ministra se le hubiese ocurrido construirles una cancha de paddle.

Pero ahí estuvo Riffo hasta que se aburrió de meternos el dedo en la boca a todos y renunció para iniciar una campaña que la llevara al Parlamento. Porque, increíblemente, Bachelet la mantuvo a sabiendas de que era una buena para nada, demostrando, de paso, que por encima de su pregonada y publicitada promesa, tampoco a ella el deporte le importaba, como no fuera para darle un cargo muy bien pagado a un amigo o a alguien que perteneciera a uno de los partidos que se ponen a la cola a la hora de las repartijas.

Piñera es otro que bien baila. Si le importan un carajo la previsión, la salud y la educación que debe sufrir la gallada -como no sea para darle una vuelta de tuerca y encontrar allí la posibilidad de otro negocio-, mucho menos le va a importar el deporte, sobre todo que está repleto de tipos pedigüeños y plañideros que nunca están conformes con nada. Que se quejan de puro llenos, al igual que esos miles que desde hace diez días copan las calles manifestándose para puro revolver el gallinero.

Distinto es cuando se trata de aparecer en la tele y sacarle lustre a su “liderazgo mundial” de pacotilla.

Viendo Piñera que en el Panamericano de Lima los muchachos deportistas estaban cumpliendo incluso por sobre lo esperado, ni corto ni perezoso agarró un avión para ir a alentarlos y compartir con ellos. Su entusiasmo fue tanto, que se sacó fotos con cuanto medallista alcanzara un podio y ante los medios de prensa acreditados pontificó una y otra vez sobre las bondades de nuestra “política deportiva” (¿?).

El acabose fue cuando, en la ceremonia de clausura, se subió él al escenario a recibir la bandera de la Organización Deportiva Panamericana, como símbolo de que la sede del evento, en 2023, será Santiago. Rebosante de alegría, en el clímax de su orgullo y satisfacción, ondeó el pabellón para toda América y el mundo, mientras exhibía esa sonrisa bobalicona que tanto enternece a sus ya escasos partidarios.

¿A quién le correspondía recibirla, por protocolo? A Karla Rubilar, que como Intendenta de Santiago en esos momentos era la autoridad máxima de la ciudad sede. Pero, claro, Piñera no iba a permitir eso. Mucho menos que le robara el protagonismo uno de nuestros medallistas de oro, por ejemplo. Para qué hablar de Miguel Angel Mujica, presidente del Comité Olímpico de Chile…

Que en este forzado y forzoso cambio de gabinete Piñera decidiera “sacrificar” a Pauline Kantor, que salvo una que otra sinvergüenzura no le había hecho mal a nadie (ni bien tampoco, como habría acotado el recordado periodista Miguel Merello), para darle una pega más que bien pagada a quien ha sido durante todos estos años su colaboradora fiel y hasta alcahueta, es lo más normal del mundo en este país donde los de arriba viven arreglándose los bigotes, absolutamente desconectados de lo que quiere el pueblo.

Con todo, Cecilia Pérez no lo va a tener fácil en lo que queda de este gobierno de morondanga.

Porque no la quieren ni los funcionarios ni los deportistas.

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