Contrasta la ineptitud mostrada durante todo este estallido social, en que ha llegado tarde a todo, con la celeridad que tuvo en 2006, para una millonaria compra de acciones de Lan Chile con “información privilegiada”. La anarquía en la que ha caído el país aconseja que renuncien él, sus ministros y la totalidad del Parlamento, porque ya nadie les cree ni los respeta.
*Lautaro Guerrero
Los antecedentes, transformados luego en una pequeña pero elocuente historia, cuentan que un día de junio de 2006, siendo pasadas las 13.30 horas, Sebastián Piñera Echeñique, en ese momento senador y hoy Presidente de la República, ordenó la acelerada compra de un determinado número de acciones de Lan Chile, por un monto de 9 mil 840 millones de pesos.
Como hombre ducho en esos menesteres, puesto que jamás ha sido un empresario, sino más bien un astuto inversionista que gusta de jugar con cartas marcadas, Piñera sabía que, para que su operación bursátil tuviera éxito, y le reportara las millonarias ganancias que esperaba sin tener que levantarse a las 5 de la madrugada, estar cuatro horas en el Transantiago y luego cumplir una tan larga como embrutecedora jornada, debía moverse rápido.
Sabía que la Bolsa de Comercio cerraría sus operaciones, como todos los días, a las 14.00 horas.
¿Cuál fue el problema? Que Piñera decidió la millonaria compra de acciones contando con información privilegiada, algo que sanciona la Ley del Mercado de Valores, toda vez que, como integrante del directorio de Lan Chile, conocía de primera mano el estado financiero de la compañía antes de que este fuera de dominio público.
Su celeridad, su agudeza, le reportó ganancias millonarias. Nunca le importó vulnerar groseramente una ley que él mismo -junto a otros legisladores- se había encargado de diseñar. Y, pillado con las manos en la masa, pagó sin chistar, ni menos apelar, la suma de $ 363 millones que le impuso la Superintendencia de Valores y Seguros a manera de multa.
Después de todo, el negocio le había resultado igualmente redondo. Más milloncitos para escalar en la lista de Forbes y sacarlos del país llevándolos a un paraíso fiscal.
Esa presteza, ese olfato para calibrar lo que viene y actuar en consecuencia, es lo que se ha echado de menos de parte de Piñera en todo lo que va de este estallido social. Como resumen trágico y anticipo de lo que vendría, el viernes 18 de octubre, cuando la rebelión explotó y se diseminó por todo Santiago, él se iba a comer pizza a un restaurante de Vitacura mientras la ciudad ardía por sus cuatro costados, con comercios, edificios y estaciones de Metro incluidas.
Piñera llegó tarde a esa jornada tan violenta como histórica y ha seguido llegando tarde hasta el día de hoy. Profundamente desconectado del Chile real, en su mezcla de ineptitud, soberbia y megalomanía, pensó que ofreciendo unas cuantas medidas cosméticas el populacho sería una vez más fiel a su ancestral costumbre de agachar la cabeza frente a las primeras migajas que le tiran o ante el primer ladrido de los perros guardianes que todo sistema tiene para recuperar eso que se llama “orden”. O “normalidad”, si usted quiere.
En su profunda estulticia, hasta habló de “guerra”, frase tan desafortunada y torpe que hasta el general encargado de las fuerzas militares sacadas a la calle como en los mejores tiempos de la Dictadura -Javier Iturriaga del Campo-, mostró más criterio que el Presidente, señalando con toda claridad que “yo no estoy en guerra con nadie”.
A casi un mes de un estallido social que tarde o temprano iba a producirse, porque sencillamente era imposible mantener eternamente esa “normalidad” forzada y de mentira, Sebastián Piñera Echeñique sigue dando palos de ciego, no se sabe si porque sigue sin entender nada o porque, entendiéndolo todo, como el especulador que ha sido toda su vida cree todavía tener margen para jugarse por el mantenimiento de un sistema neoliberal tan extremo como bárbaro que lo ha enriquecido obscenamente tanto a él como a sus amigos oligarcas.
En otras palabras, sigue estirando una cuerda que, producto de años de abusos, de injusticias y de inequidades, ya se cortó. Y violentamente, además, porque aunque a nadie le guste reconocerlo, y decirlo sea de lo más políticamente incorrecto que hay, los poderosos nunca han entregado al pueblo oprimido gratuitamente nada, hasta tanto no vean sus bienes amenazados y puedan recordar, de esa historia que detestan, los conflictos sociales devenidos en revolución y una vuelta de tortilla tan dramática como sangrienta.
Así fue la Revolución Francesa. Así la Revolución de Octubre. Así la entrada de los barbudos en La Habana, mientras Fulgencio Batista tomaba apresuradamente un avión para refugiarse en Santo Domingo. Así la toma de Managua por los sandinistas. Así, por último, la rebelión patriótica contra la opresión española, por más que los ricos y hacendados de este país se sentían de maravillas con el reinado de Fernando VII y hasta le declaraban lealtad en todos los tonos.
Está claro, a estas alturas, que Sebastián Piñera es un Presidente puramente nominal. El estallido social se le escapó de las manos a pesar de la brutal represión de las fuerzas de orden y los militares en un primer momento y todas sus medidas paliativas suenan a maniobras para ganar tiempo. Su discurso sigue centrado en la violencia, en los incendios y saqueos, llegando a la audacia de afirmar que aquí hay intervención de manos extranjeras, pero sin ofrecer datos concretos ni denunciar tan grave hecho al Ministerio Público.
Como tantas otras veces, hasta ha mentido descaradamente, diciendo que hizo entrega de estos antecedentes, debiendo surgir el fiscal Manuel Guerra para señalar que, hasta donde él sabe, ello no es efectivo.
Paralelamente con las marchas y manifestaciones, ordenadas y pacíficas, ante el vacío de poder ha surgido con toda potencia el lumpen, decidido a echar fuera años de frustración y resentimiento de ver que unos pocos lo tienen todo y la inmensa mayoría nada, como no sea esos sueños rotos que alguna vez le prometieron.
Pero Piñera, que estaba genuinamente convencido de que vivíamos en un oasis y que él lo estaba haciendo de maravillas, si todavía no es capaz de captar en toda su dimensión el sentido del clamor popular mucho menos podrá entender a esa masa amorfa y anárquica que ve en la destrucción y la violencia el único desahogo que esta sociedad le permite. Y ocurre, pues Presidente, que todo ese lumpen, todo ese flaiterío que tanto lo repele, es hijo de este mismo sistema que usted y su hermano sociópata, José Piñera, ayudaron a crear con un entusiasmo digno de los que ven siempre primero sus propios intereses y les importan un comino los intereses de los demás.
En plena revuelta, su hermano -todo un gurú de la Dictadura- se atrevió a twitear llamando a defender a brazo partido un sistema deplorable y fracasado. “Aún tenemos Patria”, se atrevió a escribir provocadoramente a esa misma hora que miles y miles, en las calles, le gritaban a voz en cuello a él y a toda la tropa de sinvergüenzas que viven esquilmándonos que ya nadie quiere y cree en este tipo de “Patria”.
Usted, por su parte, no lo hizo mejor. Con ese descriterio y falta de empatía que lo caracteriza, mientras la multitud frente a La Moneda lo mandaba a buena parte, usted posaba en los patios del Palacio de Gobierno para una entrevista de El Mercurio donde se mandó una frase para el bronce: “Quiero que me recuerden como un Presidente que se entregó por entero por el bienestar de su pueblo”, dijo, entre otras sandeces.
Patético, por decir lo menos. Al punto que uno ya no sabe si usted es un completo imbécil o un provocador de primera serie, como su hermano, que calificó además como un Mercedes Benz su sistema previsional que condena a nuestros viejos a vivir de la caridad de sus hijos y parientes más cercanos.
Deslegitimado, habiendo perdido la poca credibilidad que tenía, Piñera se ha mostrado como el caradura que siempre ha sido. La frase que le dedicó a Maduro, cuando señaló que no podía entender como un hombre podía tener tanta ambición y aferrarse al poder estando miles en su contra en las calles, se le devolvió como un bumerang.
¿Quién es ahora, señor Piñera, el poseedor de tal desmesurada ambición? Estoy por creer que usted es todavía más ambicioso y ciego que Maduro, porque mientras este al fin y al cabo también tenía miles dispuestos a defenderlo en las calles, usted se ha quedado más solo que Toribio el Náufrago.
Porque ahora se dice que hasta los milicos le dijeron nones a su intención de volver a tirarlos a las calles tras el martes violentísimo de esta semana, en que el lumpen y los encapuchados hicieron lo que quisieron no sólo en Santiago, sino que en muchas ciudades provincianas. Y suena lógico, pues, Presidente. Los muchachos uniformados no la pasaron nada de bien durante ese Estado de Emergencia, porque la gente les gritó de todo recordando los días negros de una Dictadura cobarde, ladrona y sangrienta, de la que sólo sacaron partido los altos mandos y una oligarquía nacional que, tras utilizarlos como brazo armado para que les defendieran sus intereses, miró para el cielo y se hizo la tonta cuando milicos y civiles DINA y CNI, comenzaron a caer como moscas en los tribunales por haber violado brutalmente los derechos humanos.
La última de sus paparruchadas es aceptar “cambiar” la espuria Constitución del tirano. Pero, claro, a su manera. Mandar el paquetito al Congreso para que sean nuestros honestos y capaces parlamentarios los que la estudien y la aprueben. Y, con el paquetito listo, poner entre la espada y la pared al populacho para que se pronuncie, confiando en que la gente, cansada de tanto caos y tanta “normalidad” rota vote, como siempre, a fardo cerrado.
Nadie parece haberle dicho a usted que, así como su gobierno vale callampa, como dice el cabrerío, el Congreso es también para la gente un antro de sinvergüenzas que carecen de la más mínima legitimidad, credibilidad y respeto. Y que, de perseverar en esa trasnochada postura presuntamente democrática, la gente va a tener más argumentos todavía para seguir revolviendo el gallinero.
Esa nueva Constitución tiene que surgir, le guste o no a usted y a muchos de sus partidarios, de una Asamblea Constituyente donde estén representados los organismos sociales que durante este estallido social se han hecho oír. Ella debe ser escrita por uno que otro político o abogado constitucionalista, pero creada con la participación de académicos, estudiantes, trabajadores y líderes sindicales que representen genuinamente el clamor popular.
Y debe partir, cómo no, determinando que la educación y la salud, por ejemplo, son derechos consagrados en la Constitución, y no como ahora, que la Carta de Pinochet a lo más te da derecho a elegir, pero no te asegura nada. Y como ello es así, te mueres si no tienes plata y estás condenado a ser un burro que, con el correr de los años, se transformará en un militante más del lumpen que, de patear piedras, pasa a saquear y a incendiar lo que se le pone por delante.
Por estos días, Bolivia vivió en los hechos un golpe de Estado. Evo Morales, por más ganas que tenía de seguir aferrándose al poder, tuvo que renunciar y asilarse en México para evitar un derramamiento de sangre de imprevisibles consecuencias.
Para algunos fue “cobardía”. Para otros, una muestra de “grandeza”. Porque más allá de que la oposición al gobierno, encabezada por Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho, tenía el apoyo cierto de Estados Unidos, y por consiguiente el de las Fuerzas Armadas altiplánicas, Evo Morales contaba con el apoyo multitudinario de los pobres y los campesinos bolivianos, lo que no le impidió, sin embargo, dejar su cargo, entendiendo que para Bolivia su salida constituía el “mal menor”.
Piénsalo, Sebastián Piñera. Renuncia tú, todo tu gabinete y la totalidad del Congreso. Y no nos vengas con el cuento de que, de ocurrir algo así, la anarquía se desataría a lo largo y ancho del país.
¿Te parece poca la anarquía que ya tenemos? Que se vayan los autores y los cómplices de este país de mentira en que convirtieron a Chile sería un huracán de aire fresco ingresando por las venas de una sociedad ya demasiada harta de ineptos, sinvergüenzas y acomodados.