Cunde un sentimiento que romantiza la organización territorial y de base, situación que proporciona claves para entender la derrota de Karina Oliva ante Claudio Orrego.
Si bien toda forma de organización es necesaria para contrarrestar la cultura del abuso y el individualismo extremo que impera en Chile, también nos urge articular una red más amplia y más acorde con las características de una sociedad compleja como la nuestra, integrada por millones de personas con perspectivas y orígenes diversos. Sólo así, yendo más allá de nuestras tribus, podrá ser realidad la construcción de un sueño largamente acariciado por una sociedad chilena asolada por el neoliberalismo: un sistema de seguridad social robusto y legítimo, acaso la mayor conquista civilizatoria de la democracia moderna.
La organización territorial de los ciudadanos o en torno a causas es siempre cosa deseable. Por de pronto, la articulación barrial permite reconstruir todo aquello que la dictadura se propuso destruir a efectos -lo sabemos- de dejarle vía libre a los negocios lucrativos y las componendas que afectan la calidad de vida de las comunidades. La verdad es que un ciudadano solo y por la libre ni cosquillas le hace a los poderosos, pero la situación cambia cuando une voluntades con otros que, solidariamente, comparten sus preocupaciones y ansiedades, diseñando en conjunto un plan de acción que convoque a la mayor cantidad posible de personas.
La organización de base es siempre deseable. Sindicatos, clubes deportivos, juntas de vecinos, organizaciones estudiantiles, centros de padres, cabildos, comités de allegados, cooperativas y las asociaciones de agua potable rural son espacios que defienden, con mayor o menor fortuna, los territorios y a las personas que los integran de la aviesa y persistente agresión empresarial, una que sólo es posible gracias a la complicidad de altos funcionarios estatales. Hoy asistimos a otras formas de asociación, como agrupaciones canábicas para fines medicinales, organizaciones vecinales para huertas orgánicas, movimientos contra determinados proyectos de inversión y una miríada de movimientos temáticos de nicho y de los más variados tamaños: clubes veganos, asociaciones de ciclistas, observatorios del proceso constituyente en curso, etc.; todos los cuales generan simpatías en un pueblo disgregado y huérfano, muchas veces confundido y tantas veces defraudado, harto ya de los partidos políticos que tantas veces le dieron la espalda tras ser capturados por un capital prepotente y sin bordes.
Sin embargo, sería un profundo error confiar en la organización de base como el único camino deseable y efectivo para reconstruir ese tejido social supurado por la dictadura cívico-militar y la ideología que fue instalada en beneficio de los suyos. Se necesita algo más, una articulación mayor que asegure nuevas y mejores formas de representación y acción política. Ignoro si el camino es reconstruir un sistema de partidos que hoy agoniza y que logre reencantar a los decepcionados, pero el capital -todo ese bloque integrado por la oligarquía, los grupos económicos y las trasnacionales que operan en Chile- sólo teme a una ciudadanía que reencuentra su “comunidad de destino”, concepto sumido en la anacronía por el neoliberalismo-posmodernista en boga.
Por cierto: si bien marca un cambio en un contexto de individualismo radical que fue impuesto a fines de los ’70, debemos tener mucho cuidado con apostar todo a la mera organización territorial o de nicho toda vez que con ella se corre serio riesgo de abonar una cultura tribalista, una en la que sólo nos prodigamos por aquellos que integran nuestro barrios o por quienes participan de nuestras causas y comparten nuestros intereses, en ocasiones volviéndonos indiferentes por la suerte de todos quienes no conocemos o de aquellos que no necesariamente comparten nuestras creencias y valores. Aquí me detengo en la fallida candidatura de Karina Oliva, quien, en campaña, parecía hablarle más a una asamblea feminista de un campus universitario, y no a un electorado diverso y complejo, como es, en efecto, la Región Metropolitana. La candidata no sólo renunció a convocar, sino que además cometió errores de campaña y exhibió una evidente falta de preparación en varios temas. Asimismo, y precisamente a causa de lo anterior, la candidata del Frente Amplio abusó del enfoque de género al punto de convertirlo en la única categoría de análisis capaz de explicar todos esos terribles fenómenos sociales que vemos en el Chile de hoy. Ciertamente la posmodernidad no le fue leve al Chile de los últimos 40 años.
El tribalismo identitario y posmoderno tiende al sectarismo, la atomización, la división y la competencia por los recursos disponibles. Por ende, la organización de base marca un “desde”, en ningún caso constituye la culminación de un proceso reconstructivo para una sociedad democrática en forma. En suma, es fundamental ejercitar el oído y la empatía, pero también la voluntad de considerar legítimo a aquellos interlocutores que, perteneciendo a otras realidades, no necesariamente estarán 100% de acuerdo con nuestros planteamientos.
¿Por qué es importante conseguir una organización cívica y política antineoliberal que escape a la lógica del nicho, la identidad y el territorio? La respuesta: necesitamos abordar los retos de una sociedad compleja e integrada por millones de personas tan diversas como anónimas. Es urgente lograr que todas las formas de organización popular y ciudadana puedan converger y dialogar entre sí a efectos de fortalecer la acción política y construir nuevas formas de representación que superen una lógica de las identidades. Cuando un movimiento o una organización barrial pierde capacidad dialógica con otros movimientos y organizaciones, su poder transformador se debilita. Cuando un movimiento o una organización de base se cierra en torno a sus propios objetivos, los demás integrantes de la sociedad verán en ellos a un mero grupo de interés.
Sólo así podremos construir un sistema de seguridad social, que es la mayor conquista civilizatoria de las democracias más avanzadas del mundo. Destaco la palabra “civilizatoria” porque ella entraña un salto evolutivo copernicano, toda vez que nos permite pasar de una lógica que busca el bienestar de quienes integran nuestra tribu a una mirada de sociedad con instituciones diseñadas para protegernos a todos, de forma universal, sin mirar a quien y sin condiciones, que es todo lo que hubiéramos querido en esta crisis sanitaria que lleva más de 30 mil muertes.