A falta de liderazgos sensatos y respetables, a falta de una estrategia clara sobre cómo conducir al país en lo que queda de mandato, Chile Vamos busca recomponer sus fuerzas en pos de salvaguardar los privilegios de clase, que es el objetivo que guía la acción conservadora en cualquier lugar del mundo. En ese afán es que trata de borrar el plebiscito y se inventa personajes que recompongan la moral de sus huestes, y al parecer han encontrado al personaje ideal: Jaime Mañalich, el ministro de Salud a cargo de afrontar la pandemia del coronavirus. Hay un problema con él, más bien dos: Jaime Mañalich ya tiene una historia de mentiras grandes, y su postura frente a la pandemia se ha demostrado errónea. 

A mí me cae bien Mañalich. Y les diré por qué: hace diez años, cuando era ministro en la primera administración de Piñera, me lo topé en la entrada de una radio donde trabajaba por entonces. Aquella vez llevaba en brazos a mi hija chica, que por entonces era una guagua, y él venía saliendo de una entrevista. Ni te digo: se deshizo en elogios a mi pequeña hija: ¡Pero qué linda es!, ¡pero qué cosa más hermosa!, ¿cuántos meses tiene esta belleza?, cuánto pesó este porotito… Utilizó esas mismas palabras.  

Juzgué genuino el gesto considerando que no me conocía ni tenía yo tanto poder como para merecer tan conceptuoso trato, ni mucho menos para motivar el gasto de energía que requiere semejante despliegue de hipocresía. El caso es que por esa simple razón podría perdonarle cualquier chapuza. Diré más: el tipo siempre me cayó bien porque tenía respuestas ingeniosas que alimentaban los contenidos periodísticos, sin mencionar -me cuesta decirlo ahora- que me parecía entretenido su estilo confrontacional, y yo sentía -y siento- aprecio por los políticos mocheros en una Transición marcada por los arreglines de bigotes y las cachetadas de payaso. Creo que todo equipo exitoso -aun tratándose del equipo que tenga el juego más atildado y lírico- debe tener jugadores que repartan patadas en la refriega. En toda fauna política deben existir los animales feroces dispuestos a devolver el mordisco (no diré el zarpazo, porque la connotación de esta palabra es distinta y para eso ya contamos con Piñera. Con él basta y sobra).

El tema es que hay conductores y líderes para distintas situaciones. Y si bien Mañalich me parece pintado como parlamentario o eventual constituyente, no cuenta con las condiciones para ser ministro a cargo de una cartera tan importante como es, por cierto, la de Salud, mucho menos en un contexto de crisis. ¿La razón? Resulta imprescindible que la autoridad genere las confianzas a efectos de que la población adopte las medidas que impulsa, más aún si ha decidido arrogarse -de forma excluyente, hay que decirlo- la conducción gubernamental de la crisis y diseña en soledad las políticas orientadas a prevenir su propagación. Hasta ahora Mañalich se ha querido anotar un poroto y no quiere que nadie le haga sombra proponiendo ideas que ayuden en tan importante empeño. Quiere llevarse todo el crédito pues cree, al igual que Piñera, que este gobierno puede redimirse luego del estallido social. Por tanto, quiere que todos aquellos en posición de ayudar simplemente le digan que sí a todo lo que decida o disponga, algo muy propio del patrón que confunde la lealtad con inquilina obediencia. Mañalich es dueño de clínica, y tiene sus intereses. Atenti.    

A la luz de los hechos, estamos relativamente bien porque aquellas medidas adoptadas hasta ahora han sido las correctas. ¿Suspender clases? Pues claro que fue una idea correcta. ¿No volver a la actividad productiva sin que hayamos pasado por el peak de contagios? También ha sido una idea correcta. ¿Tendré que recordarte que ambas ideas fueron adoptadas a regañadientes, muy a pesar de Mañalich, en ningún caso gracias a Mañalich?

Alguien dirá que sabe lo que hace, pero se me antoja que quien sugiera algo así está más perdido que los mil ventiladores mecánicos que supuestamente donaron los chinos (o los 500… ya ni sé). Creo que, muy por el contrario a lo que sostiene sus corifeos en redes sociales (reales y virtuales), Mañalich constituye un peligro grave para la salud de los chilenos, y su conducción hasta aquí ha sido menos que mediocre. No sólo eso: si nos sostenemos en un margen relativamente manejable como país frente a tan cabrona epidemia, es porque este pueblo está curtido en el desastre y porque hemos tenido voces que perseveraron en implementar iniciativas que el gobierno acogió sólo cuando se vio abrumado por las presiones y la evidencia positiva que emergía en otros países. A la luz de los hechos, estamos relativamente bien porque aquellas medidas adoptadas hasta ahora han sido las correctas.

¿Suspender clases? Pues claro que fue una idea correcta. ¿No volver a la actividad productiva sin que hayamos pasado por el peak de contagios? También ha sido una idea correcta. ¿Tendré que recordarte que ambas ideas fueron adoptadas a regañadientes, muy a pesar de Mañalich, en ningún caso gracias a Mañalich?

A Dios gracias, como diría una abuelita, que tuvimos alcaldes y un colegio médico que no bajaron los brazos ante su arrogante tozudez. Al revés: habría que recordar que Mañalich ha tenido ideas paupérrimas, como su famoso “carnet de alta”, idea que ha sido criticada por infectólogos de talla mundial que recuerdan, lamentablemente, que no es mucho lo que sabemos del virus. 

Ni hablar de la manera en que Mañalich ha lesionado la confianza de la ciudadanía en el sistema de salud con tonterías como la presunta donación de ventiladores chinos. En un principio eran mil. Más tarde eran 500. Después salió el embajador chino, ese metiche insolente y matón, desmintiendo todo lo que Mañalich dijo. 

Mañalich, el maldadoso y travieso artista de los números

Y ahora, la guinda la torta: la contabilización de contagios. 

Si Piñera es el Tony Caluga en este circo que hemos convertido a La Moneda, entonces Mañalich es un reconocido malabarista de los números, un mago que brinda los mejores espectáculos de ilusionismo a través de la estadística, algo que quedó muy de manifiesto en el primer gobierno de Su Excelencia, cuando hizo desaparecer las listas de espera por una decisión administrativa. Lo que parecía un logro histórico en la gestión estatal no pasaba de ser, al final de cuentas, una vulgar omisión de datos en una plantilla excel

Ahora vuelve por sus fueros y nos enteramos que se resistía a incluir a los asintomáticos en la lista de contagiados (¡y yo pensando que estaban contabilizados!), aun cuando, para efectos prácticos, todos son potenciales “contagiantes”. Poco importa que los “portadores” del virus estén en casa o en un centro asistencial. Aunque un asintomático no se encuentre conectado a un ventilador mecánico, o bien ocupando una cama de hospital, de todas maneras deberá ser sometido a un aislamiento, y en infinidad de casos el Estado tendrá que gastar dinero para asegurar su cuarentena en residencias sanitarias contratadas para la ocasión. Nada justifica tan sospechosa decisión de sacarlos del conteo general, salvo que el interés del gobierno sea -cosa nada rara con los pasteles que nos gobiernan- pasarse de listo y adecentar los números. ¿Somos muy mal pensados? Puede ser. ¿Vemos mucha tele? Puede ser. Pero la memoria y la debida cautela nos sugieren que atendamos -sólo atender digo, no asumir a priori como un hecho, pero sí atender- lo observado tanto por expertos en datos como periodistas que -como Alejandra Matus- revelan inconsistencias y anomalías numéricas en la información oficial, o extraños fenómenos como el significativo aumento en el número de decesos en marzo de 2020 respecto de años anteriores. De esto seguro sabremos en los próximos días. Para los periodistas que viven de informar, todo este tema se ha convertido en una mina de oro, y más de uno sabrá explotar esta veta.     

Mañalich me cae bien, pero tiene un problema: anda con Piñera. Peor aún: dice admirar a Piñera, de quien se ha convertido en su bastón y escudero, el goma que acude a todos los encargos y encomiendas, el reemplazante de Chadwick como guaripola de su grey. ¿Quién podría sentir admiración por un tipo de laxa moral como Sebastián Piñera, cuyo talento sólo se expresa cuando se trata de defraudar y engañar en beneficio propio? Seguro que alguien de su misma estofa, uno que comparta sus déficits éticos y estéticos.

Ambos, Piñera y Mañalich, son los Gorosito y Acosta de la mentira, y ante ellos tenemos que cuidarnos. Eso es lo responsable en materia de salud pública. ¿Recuerdas cuando ambos pelusones inventaron la inauguración del hospital de Puente Alto, oportunidad en la que dejaron una “primera piedra” en mitad de un potrero? Yo hablo de todo esto pese a que Mañalich me sigue cayendo bien, reconociendo que es un gallo inteligente; el problema es que entre Mañalich y la salud pública, yo me quedo con la salud pública.

Roberto Bruna

Roberto Bruna (Santiago, 1977) es periodista de profesión y Director de Contenidos de El Soberano. Estudió en un colegio cuyo nombre da exactamente igual y se tituló en una universidad “pública y...

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