El Presidente Sebastián Piñera dio a conocer su reforma tributaria. Por eso es que hemos optado por explicarte esta reforma con peras y manzanas. ¿Eres de clase media y esperas ganar algo con todo esto? ¿La verdad? Será mejor que esperes un poco y te lo tomes con calma, porque nada de eso ocurrirá. Al revés: te recomendamos que tomes un calmante porque serás tú quien pague el dinero que los ricos dejarán de tributar.
Sebastián Piñera habló rápido, acelerado, como quien tiene ganas de decir algo rápido y salir corriendo con la misma premura. Habló lo mismo de siempre. Que la herencia bacheletista, que el país iba por mal camino, y luego se puso a enumerar sus logros y dedicó sus relamidas palabras a esa clase media que tanto dice amar, casi con locura, porque a la larga es ella la que se echa el país al hombro… Una cosa así. Más o menos. Y bueno; después de una larga perorata a modo de preámbulo, Piñera dio a conocer su famosa «modernización tributaria».
El único problema fue que, de tanto apuro y amor, quién sabe si de tanto entusiasmo por esa clase media, el Presidente Piñera olvidó dar noticias buenas para esa amada clase media (de la que él mismo dice haber surgido). Pero no todo fue olvido: a los que sí le dio buenas noticias fue a los más ricos (categoría a la que él pertenece actualmente): a ellos les rebajaría impuestos, pero por la vía de integrar nuevamente el sistema. Por lógica elemental, Piñera se trajo buenas noticias a sí mismo. Fue como mirarse al espejo y decirse «Sebastián, te traigo un regalito. Pagarás menos impuestos».
¿Qué significa esto? Que el gran empresario (como lo es el Presidente Piñera) pagará sólo sobre las ganancias de su negocio y no por lo que genere su «trabajo». Y mantenemos el entrecomillado en la palabra «trabajo» para llamar de alguna manera a eso que los millonarios (como el Presidente Piñera) hacen para ganar tanta plata sin sudar la gota gorda…. al menos como la gota gorda que sí suda la maltratada gente de clase media, ese grupo al que tanto dice amar y al que olvidó traerle noticias buenas.
Porque -cuidado- aquí no vamos a venirle con cuentos a usted, amigos/as lectores/as: no existe Pyme genuina y verdadera que se encuentre acogida a un régimen semi-integrado. Repetimos: no existe. Todas las pymes ya se encuentran en un régimen integrado, de tal modo que no podrán aprovechar el enorme recorte que le significa suprimir esta «doble tributación». ¿Cuáles aprovecharán esta integración? Las grandes. Las que cotizan en bolsa, las que exportan, las que se internacionalizaron, las que ocupan los fondos de pensiones, las mismas que se coluden, pagan a los pymes a 120 días y que contaminan. De paso, el gobierno revive el Fondo de Unidades Tributables (el infame FUT), lo que permite al empresario no pagar impuestos corporativos en la medida que no haga retiro de las ganancias (se supone que esta herramienta incentiva el ahorro). Sabemos que las empresas apelaban a diversas artimañas para retirarlas de igual manera.
Las torpezas discursivas que desnudan la gran mentira del gobierno
No nos referiremos aquí a tecnicismos como «depreciación acelerada», «depreciación instantánea», «global complementario» y un largo etcétera que los economistas y los abogados tributaristas utilizan para enredar la discusión y alejar a las personas de un debate que -y es bueno que lo entendamos de una buena vez- es siempre más político que técnico.
¿Cómo podemos saber si lo que dice el Presidente Piñera es cierto? ¿Cómo podemos saber si es verdad que esta reforma no es favorable a los ricos y no es perjudicial para la clase media? Muy sencillo: la prueba está en el discurso mismo. La prédica neoliberal nos dice que la rebaja de impuestos a las empresas y a sus propietarios deriva en un aumento de la inversión y, en suma, tiene como impacto una mayor actividad económica y un aumento en el pago de impuestos. El sustento teórico de tan peregrina idea es «la Curva de Laffer», un mamarracho que un economista al servicio de Wall Street esbozó en una servilleta. «Lo que dejo de pagar en impuestos, lo invierto», se supone que diría el empresario según esta corriente de pensamiento. Tal idea ha sido desmentida por los hechos.
Medios estadounidenses como Bloomberg (que no es precisamente un diario marxista) informan de los desastrosos efectos fiscales generados por el recorte de impuestos a los ricos impulsado por Donald Trump. No hubo más inversión, no hubo más actividad económica, tampoco se tradujo en un aumento en el nivel de renta de los trabajadores, pues todo el dinero que los ricos ahorraron fue destinado a recomprar acciones. Lo que sí se está produciendo es lo que advirtieron los detractores de esta recorte: un monstruoso déficit calculado en 1.5 billones de dólares que, oh sorpresa, Donald Trump pretende revertir dejando sin cobertura médica a los más pobres. Poniendo un pie nuevamente en Chile, considerando los niveles de inequidad que observamos en la última encuesta Casen, surge la pregunta: ¿estamos en condiciones de hacerle más regalos a los ricos? Tal cosa no sólo parece absurda, sino que además parece de una crueldad infinita.
Si lo que ocurre con EEUU no es suficiente evidencia del fracaso de esta política pro-rico, entonces podemos recordar lo que sucedió en el estado de Kansas (EEUU), que en 2012, con la asesoría del economista mitómano que teorizó sobre sus maravillosos efectos, bajó impuestos a las empresas y a sus propietarios con la misma cantinela del crecimiento. Fue un desastre. Tal es el empobrecimiento de ese estado que hoy los niños carecen de almuerzo en las escuelas.
Teníamos unas reflexiones pendientes: Si la rebaja de impuestos es tan virtuosa; si la rebaja de impuestos, a la larga, termina pagándose sola gracias a la actividad económica que dice estimular, entonces ¿por qué la necesidad de incluir impuestos adicionales que compensen esa pérdida? ¿Qué habría que compensar si una reforma de este tipo resulta tan beneficiosa para la economía? ¿Por qué compensar si la misma prédica neoliberal nos dice que la rebaja no se traducirá en pérdidas para la recaudación fiscal? El discurso gubernamental carece de toda lógica. El mismo gobierno (Y Chile Vamos en general) se encarga de desmentir la efectividad de su famosa rebaja de impuestos, cosa que no hizo en Estados Unidos el gobierno de Donald Trump, que bajó los impuestos y punto; nada de compensaciones, nada de impuestos alternativos para cubrir un forado que el mismo Trump se ha encargado de descartar. En suma, el gobierno implementa impuestos adicionales compensatorios porque sabe que su rebaja sí redundará en una baja de la recaudación. Es obvio. Tan obvio es que uno mismo suena como un imbécil con sólo repetirlo.
La segunda reflexión también debe hacerse apelando a la lógica más elemental, diría que cartesiana. Una pregunta básica y sencilla. Si los ricos dejan de pagar todos los impuestos que en justicia les corresponde pagar, el Fisco dejaría de percibir (cuentan los que saben) alrededor de 1.000 millones de dólares. ¿Quién entonces deberá pagar para cubrir ese forado fiscal? Obvio: las personas que no son ricas, o mejor dicho, los «no-ricos», grupo en el que seguramente usted se encuentra. ¿Cómo terminarán pagando los no-ricos aquello que han dejado de pagar los ricos de Chile? A través de impuestos indirectos al consumo. Por ejemplo, a través de Netflix, Spotity, etc.
Cuando vea House of Cards o cualquier serie política en Netflix piense en cómo habrá sido la conversación que sostuvo el equipo económico con los gremios empresariales que exigieron esta reforma. Piénselo. Y entonces se terminará de dar cuenta de que la ficción es una alpargata vieja al lado de la realidad. Y cuando disfrute de alguna serie en esa plataforma recuerde que estará pagando más por ese servicio para que los ultra ricos de Chile, entre ellos Sebastián Piñera, puedan dejar de pagar lo que les corresponde.
Un caramelo
Sí, es verdad; Piñera habló de beneficiar a la clase media restando el IVA a los que adquieran una vivienda de hasta 4 mil UF. Pero seamos sinceros: la clase media en Chile no existe. No puede existir cuando el 50% de los trabajadores tiene un sueldo igual o inferior a los 380 mil pesos. Otro dato que nos ayuda a poner en perspectiva esta cuestión: el 70% de los trabajadores chilenos gana menos de 550 mil pesitos. ¿Qué clase media es esa? ¿Qué clase media es aquella que puede asumir el desafío y encalillarse de aquí a la eternidad con tal de adquirir una casa de 4 mil UF? Seguro existe esa clase media, pero sin duda es diminuta, insignificante dentro del total.
Habrá que ver cómo avanza la discusión en el Congreso, donde el Presidente Sebastián Piñera no cuenta con las mayorías necesarias para impulsar esta «reforma», «ajuste», «modernización» o como quiera llamarle. Pero no faltará quien venda su voto a cambio de alguna prebenda. El mismo Piñera declinó entregar los detalles que faciliten la comprensión de su impacto. Es típico en él, en todo caso. Es típico de quien calcula sus pasos futuros en función de la respuesta popular que generan sus acciones. Con toda seguridad está a la espera de una encuesta que, cual brújula en su inmensa confusión, permita echar una luz sobre el derrotero legislativo que ha de tomar. Seguramente fijará exenciones y exacciones en función de lo números que proporcione la Cadem o del Trendic Topic en Twitter.
Lo único cierto es que, hasta ahora, la modernización tributaria se parece más a una rebaja de impuestos para los más ricos, para los de siempre: los Matte, los Luksic, los Paulmann, los Angelini y los Piñera, en ningún caso para personas normales cuyos apellidos abundan en cualquier nómina: los González, los Muñoz, los Pérez y los Chadwick…
Impotencia y desesperanza ante tanta barbarie de los poderosos ladrones.