En 2008 Chile se comprometió llegar a 2015 con el 75% de los establecimientos educacionales desarrollando programas de educación sexual en sus aulas. Llegó apenas al 39%, no ya sólo rematando en la última posición en América Latina, sino que situándose más cerca del grupo de los países más depauperados del África Subsahariana. Preocupante resulta que en el periodo 2009-2013, en el rango etáreo que va de 15 a 19 años, se observe un incremento del 74% en los contagios de VIH-Sida respecto al periodo 2004-2008. El fenómeno es sostenido desde 1999 a la fecha.
La directora ejecutiva de la Asociación Chilena de Protección a la Familia (Aprofa), Débora Solís, se refiere a una las consecuencias de las acciones emprendidas por grupos conservadores y del extraño mundo de fantasía que estos grupos desean imponerle a una sociedad compleja y plural.
Érase una vez un país de milagros económicos y conmovedoras historias de éxito individual. En ese país de cuento sale otro cuento, igual de fantástico, una fábula que versa sobre un príncipe azul enamorado de una núbil doncella que, desflorada después de contraer el sagrado vínculo, decide irse a vivir con él a un lindo palacio para amarse y deshojar margaritas tendidos en bellos prados, mientras esperan mansos a que lleguen los hijos que Dios les mande. Y, obviamente, fueron felices por siempre. Fin.
Ese país de ensueño comparte espacio con otro país, uno que paralelamente avanza en un tiempo y espacio de chocantes desigualdades, uno donde las parejas pueden ser de distinto o igual sexo, de distintas edades, uno donde sus gentes consienten ir a la cama por amor o por puro placer, bien sea de a dos o en mayor número. Lo peor es que, en ese país, hay personas que también son abusadas sexualmente. Este último país es imperfecto, a ratos brutal, pero es el que existe. El otro no; el otro, el país de hadas que se desmorona al primer pellizcón, habita no sólo en la cabeza de niños, sino también en la mente de políticos y grupos que se sienten con el derecho de obligar al resto a participar en su extraña fantasía.
“Y está bien que cada persona quiera un proyecto de vida y que pueda realizarlo, pero pensar que ese ideal es el que debe instalarse y ser compartido por todos, y peor, que el Estado trabaje por crear esa realidad a través de políticas públicas, es lo que nos parece terrible. Y es terrible porque el impacto de esa acción política ha sido tremenda en términos sanitarios”, sostiene Débora Solís, directora ejecutiva de la Asociación Chilena de Protección a la Familia, entidad que, durante 2015, ha desarrollado un convenio con el Ministerio de Educación para formar (en materias de sexualidad, afectividad y género) a profesores y líderes de centros de estudiantes de distintos establecimientos educacionales de las regiones de Coquimbo, Valparaíso, Metropolitana y de Los Lagos.
“A nivel de élite, y de personeros políticos que participan en la toma de decisiones, vemos una disociación enorme entre lo que la ciudadanía piensa y reclama, por una parte, y lo que creen los legisladores o políticos en general, que actúan pensando en un ideal. No entienden que nadie es libre de elegir de manera responsable si a gran parte de los jóvenes se les niega información necesaria para hacer una elección responsable. En el fondo, a esos jóvenes se les priva de un recurso, de una herramienta clave, más tratándose de un tema importante para el ser humano como es la sexualidad”, señala Solís.
“Uno es libre sólo si puede elegir, y la mayoría de estos jóvenes, que viene de las comunas más pobres de Chile, carecen de esa libertad. Hay otros que no, que eligen todo el tiempo pues cuentan con los recursos: deciden cuándo embarazarse, cuántos hijos tener, cuándo ser madre, pero no creamos que eso es igual para todo el mundo. Hay gente influyente, gente de contacto y poder, que cree que esa ilusión se extiende a todo el mundo”, agrega.
¿Y si los políticos y grupos de presión más influyentes entienden el quid del asunto y lo que persiguen precisamente es impedir que todos sean libres? La respuesta de la directora de Aprofa apunta a que, en efecto, “es una posibilidad, ya que estamos hablando de poder. En el fondo este es un tema ideológico aunque algunos no lo crean o se empeñen en negarlo”.
Números que asustan
“Chile, al igual que el resto de los países de Latinoamérica y el Caribe, firmó un convenio que establecía que para 2015 el 75% de los establecimientos educacionales (que en Chile suman unos 11 mil 800) debían tener incorporados programas regulares de educación sexual. Sin embargo terminamos este 2015 sólo con el 39% de cumplimiento. 39%. Un porcentaje que además nos parece inflado. Pero aun cuando asumamos esa cifra como cierta, nos damos cuenta de que Chile terminó siendo el último en la lista. Último, detrás de los países más pobres de la región. Todos ellos cumplieron. Nosotros no”, agrega la titular de Aprofa, entidad que se adjudicó un proyecto de cooperación del Fondo Chile, de la línea de acción de las organizaciones de la sociedad civil, consistente en planes de prevención del embarazo y violencia de género en la población joven de la localidad de Pasaje, Ecuador, proyecto que replica un modelo de intervención desarrollado en Renca.
¿Podría extrañarnos, entonces, que algunos datos de Chile se asemejen a los del África subsahariana? ¿Es raro que cada vez más niñas y niños tengan su primera experiencia antes de los 14 años? ¿Es de extrañar que el 70% no use condón y que crezca el número de jóvenes con VIH y otras enfermedades de transmisión sexual? ¿Cuán raro es que la tasa de embarazo en menores de 15 años aumente año tras año? “Lo mínimo es intervenir con urgencia ante una realidad tan preocupante”, responde la titular de Aprofa.
Las trabas políticas
No hay política de Estado. Nunca ha existido porque así lo ha decidido el conservadurismo. Lo peor es que ni siquiera hay una política de gobierno más o menos estable y consistente, dice Débora Solís.
“En el Gobierno puede haber cambio de gabinete y el nuevo ministro llega y suprime un programa de educación sexual en desarrollo. Le quita presupuesto, por ejemplo, o pone trabas administrativas sólo porque a él se le ocurre. Pero además está el municipio, y ahí el alcalde puede negarse a implementar un programa escolar debido a sus creencias o negar sus centros de salud; y además están los directores de escuela, a quien nadie va a fiscalizar si cumplen o no. Mientras en Chile no se consagre la obligatoriedad continuaremos actuando como si esto fuera optativo”, dice.
Y agrega: “En Chile cualquier funcionario público con cierto poder puede hacer que se incumpla con un programa de gobierno. No es responsable anteponer sus creencias a un programa elegido y aprobado por la mayor parte de la ciudadanía e una elección democrática”.
“Lo peor es que es transversal. Muchos que se califican de progresistas salen con las mismas cosas insólitas con que puede salir políticos de derecha más conservadores. El conservadurismo atraviesa todo el espectro. Ni siquiera todos los progresistas parecen alineados con la idea de que los derechos sexuales y reproductivos forman parte de los Derechos Humanos. Y al incumplir el Estado de Chile está violando un Derecho Humano”, indica Solís.
“Hay una situación gravísima. La ignorancia es muy grande, a todo nivel, incluso entre los que están llamados a desarrollar la discusión en la toma de decisiones”, añade.
Esas extrañas creencias
La élite en Chile tiene, de antiguo, una extraña creencia respecto a la educación sexual: al hablar de sexualidad, chilenas y chilenos, en especial los más adolescentes, sentirán un deseo irreprimible por ir a la cama. Y lo harán con el solo objetivo de pasarlo bien, una manifestación que a muchos les parece de por sí torcida y nefanda, y peor aún: un pecado muy difícil de expiar con diez padrenuestros y veinte avemarías. Lo extraño es que, aun sin hablar de sexo, los adolescentes igual realizan prácticas sexuales riesgosas. “Hay parlamentarios y políticos que me han dicho que hablar de sexualidad sólo conseguirá que los jóvenes se pongan a tirar. Y me lo han dicho así, con esa franqueza”, subraya la directora ejecutiva de Aprofa.
Si eso es lo que piensan algunos representantes del poder político, ¿qué queda para los demás? Aquí la respuesta de Solís: “Es lógico que se instalen mitos, mentiras, estereotipos, supercherías… No es de extrañar, nuevamente, que un joven que cursa tercero medio en una escuela municipal me diga que embarazar niñas es de giles porque los espermatozoides no nadan hacia arriba, y por eso en el coito había que poner a la mujer arriba. O que varias niñas me expliquen que el riesgo de un embarazo es igual practicando el sexo anal ya que adentro del ano hay un conducto que lo une con la vagina. Hay un trabajo grande por hacer, pero es urgente impulsar una política que se vincule con la pedagogía. Necesitamos formar a nuestros profesores, a los que nadie los ha capacitado en la materia. En zonas remotas hemos encontrado profesores que no saben explicarle a sus alumnos qué es un condón ni cómo usarlo porque nunca antes en la vida habían visto uno”.
“Muchos profesores no saben lidiar con la realidad de una joven lesbiana, o de un joven gay, o de un joven que es bisexual. Muchos no saben cómo afrontar el maltrato y el hostigamiento que sufren estos jóvenes en sus escuelas. En las comunas más pobres nos hemos encontrado con casos tremendos, por ejemplo de un joven homosexual que denuncia haber sido manoseado por un inspector en el baño, mientras le decía ‘así que a voh te gusta que te toquen’ y cosas así. Si eso pasara en un colegio privado de nivel y en breve tendrías la renuncia hasta del director”, concluye la titular de Aprofa.