En su afán por desestabilizar a quienes ven como adversarios o enemigos de sus intereses, los ultraconservadores incluyen en su narrativa muchas de las mentiras, mitos y teorías conspirativas que circulan profusamente en internet y redes sociales. Pudimos verlo con el triunfo de Donald Trump o con motivo de los incendios forestales de la zona centro-sur. Es preocupante que muchas personas crean en esas versiones o, peor aún, que las abracen a sabiendas de su falsedad. Pero aún hay algo más grave que se esconde en esta renovaba repulsión por la verdad y evidencia científica, y es que tenemos bastante claro que la falta de espíritu crítico del ciudadano facilita el ascenso al poder de grupos y personajes con inclinaciones nacionalistas y autoritarias, o bien religiosas y místicas. Pasó en Alemania, y aquello fue el preludio para la peor matanza que registre la historia. 

Cuando niños nos decían que el Golpe de Estado de 1973 evitó el accionar subversivo de 35 mil guerrilleros cubanos, todos ellos decididos a convertir a Chile en un santuario global de la esclavitud marxista. Los números variaban: 35 mil, 50 mil, 100 mil… Da lo mismo; era un ejército de violentos ávidos de sangre. Las historias de perfidia marxista no pararon ahí toda vez que, ya después de consumado el Golpe, surgió una nueva especie aún más afiebrada que la anterior: subversivos marxistas habían elaborado un complejo plan de autogolpe que incluía, entre tantas otras locuras, una masiva matanza de militares. Esta acción, audaz e inverosímil incluso para las más fecundas mentes de los guionistas de Hollywood, se llevaría a efecto en momentos que los uniformados se encontraran realizando la revista de la parada militar de ese año. Esta conspiración, que cualquier persona más o menos informada calificaría como una mendaz agresión a la inteligencia de las personas, recibió el nombre de Plan Zeta.

Huelga afirmar que nunca nadie vio a los 35 mil guerrilleros cubanos (ni los 50 mil o los 100 mil… ni siquiera mil) ni encontró prueba alguna que diera sustento a la existencia de tan delirante plan, pero una parte importante de la sociedad chilena decidió dar ambas historias por ciertas. Punto. No había más que discutir. Hasta el día de hoy muchos conservadores siguen creyendo semejante estupidez, comprometiéndose en un acto de fe que actúa prescindiendo de las evidencias, y que todavía hoy sobrevive a desmentidos y confesiones de quienes estuvieron detrás de ella.

Bombardeo de La Moneda en el Golpe Militar de 1973.

Estas historias falsas ocuparían un lugar episódico en la historia social de Chile a no ser por las consecuencias que generaron; la represión adquirió legitimidad y su brutalidad, junto con aumentar, se justificó por sí sola, toda vez que exacerbó el odio en las filas de las fuerzas armadas comprometidas con el golpe y generó una sed de venganza imposible de saciar.

Han transcurrido más de 40 años y volvemos a encontrarnos con teorías conspirativas que destacan por su zafiedad. Hoy las informaciones falsas refieren, en lo principal, a la participación de mapuches en los incendios que arrasaron la zona centro-sur de Chile. Por las redes sociales, hoy convertidas en verdaderas armas de destrucción masiva, se habló de un plan denominado “Tormenta de Fuego” diseñado y ejecutado por grupos subversivos de naturaleza tan variopinta como excluyente.

Un posteo en Facebook que circuló profusamente refería a una acción concertada entre guerrilleros de las FARC, anarquistas posmodernos de corte primitivista, cuadros desmovilizados de ETA, las Brigadas Rojas y (afírmese del asiento) militantes del Estado Islámico. Como es lógico, todo ello bajo la férula de comunistas locales. Es una historia burda, delirante, poco verosímil, cuya masiva aceptación revela una estulticia bastante menos excepcional de lo que se cree. Poco importaba a muchos «conspiparanoicos» de derecha que brigadistas, bomberos y comunidades lograran sofocar las llamas para salvar sus viviendas, animales y siembras. Muchos sólo querían encontrar pronto, con férvido deseo, la imagen de un sujeto de rostro moreno y pobre, de hombros gruesos y apellido autóctono portando un bidón con bencina. De esa manera tendría la evidencia que pruebe el estado de descomposición social al que nos ha conducido un gobierno “extremista” y su indolente laxitud para velar por el estado de derecho.

Los «hechos alternativos»

En circunstancias más o menos normales, el nivel intelectual de todo aquel que ose defender estas versiones quedaría en entredicho, pero la irracionalidad se ha vuelto una seña de identidad de nuestro tiempo, uno de marcado ascenso fascista, cuyo cuerpo ideológico se caracteriza por su menosprecio a la evidencia positiva y su apego a un conjunto de mitos que, más allá de facilitar una comprensión simplona de la realidad objetiva (el fascismo es muy religioso), se caracterizan por su inspiración atrabiliaria y cerril.

Cuando una ideología actúa con independencia de la razón, entonces no tiene más remedio que echar mano a la religiosidad, o bien al misticismo, que es más o menos lo que hizo Adolfo Hitler, quien basó toda su ideología de odio en un conjunto de mitos (la existencia de la raza aria, por ejemplo). Para crear esta realidad mitológica fue necesario una estrategia comunicacional y proselitista que incluyó grandiosos actos de masas, simbólicamente muy sugestivos, devoradores de toda voluntad individual. Y ya se sabe: cuando un régimen descansa en la religiosidad y el misticismo, y cuenta con el poder para obligarlos a todos a entrar en su mundo, sólo queda esperar lo peor, y lo peor está pasando ahora, ahora que hemos decidido superar la verdad, o al menos resignificarla en todas sus líneas.

Kellyanne Conway, asesora de Donald Trump.

Y así, con una crisis financiera internacional que no acaba de replegarse, con el severo cuadro de confusión y abatimiento que naturalmente le sigue a una catástrofe social de ese tipo, nos encontramos inmersos en una era de la posverdad donde las pulsiones desplazan a los argumentos, la irracionalidad barre con la razón, y los “hechos alternativos” (la asesora de Donald Trump, Kellyanne Conway, inventó este concepto para referirse a las desembozadas mentiras que ventila su jefe) se acaban imponiendo a los hechos factuales, los verdaderos, aquellos que pueden ser objetivamente verificables.

Entonces el prejuicio se torna juicio sin mediar evidencia alguna que la sustente. Todo lo que pergeña la lógica parece sospechoso. Por el contrario; encuentran gran aceptación las teorías conspirativas más burdas (“las vacunas causan autismo” o “el cambio climático es una mentira de los chinos” son dos especies que encuentran aceptación en algunos sectores con «buena educación») y los bulos más ridículos (“hay gente que rapta niños para quitarle los órganos” o “hay gente vendiendo nueces envenenadas” son otros destacados del último tiempo) que al cabo deben ser desmentidos por las policías. Al final la realidad es sólo un acto de fe que torna estéril cualquier intento racional por rebatirla. Lo peor es que el nuevo ultraderechista espera que la realidad se ajuste a sus creencias, incluso se esfuerza en que los números resultantes de su medición se adecúen a su narrativa antisocial. Es capaz de torcerlo todo con tal de lograr ese empate. Que alguien insista en que el sistema de pensiones chileno es “exitoso” -pese a la evidencia reunida y el expreso reconocimiento de la industria respecto del verdadero drama social que provoca- tiene mucho que ver con la irracional defensa de un dogma, en este caso del dogma ideológico.

La mentira es el arma predilecta de la ultraderecha, pero en ningún caso podemos decir que es nueva. No es de recibo entonces que el presidente de la primera potencia global diga tantas mentiras con tanta impudicia. Y Trump sabe que son mentiras. Pero él también sabe que el tiempo es propicio para la narración fantasiosa y las teorías conspirativas, y está consciente de que hay muchas personas -su base electoral, por de pronto- para las que poco importa la verdad. El sujeto sabe que es perfectamente posible construir sobre mentiras, incluyendo cultos religiosos que llevan cientos y miles de años de existencia, así como su propio matrimonio (una relación de amor que adivinamos bastante poco genuina si consideramos que su principal atractivo no descansa en ninguna forma de belleza) y la inexistencia de méritos personales para terminar convertido en el millonario que es (aunque él diga lo contrario). La verdad no es lo importante, sino aquello que se toma por verdad. Sólo es cierto aquello que satisfaga mis convicciones ideológicas.

Obvio: no es efectivo que los mexicanos que migran a Estados Unidos sean violadores y narcotraficantes, pero da lo mismo; la caricatura es lo que se impone en aquellos que prefieren ver a los migrantes como competidores por un trabajo mal remunerado en el ámbito de los servicios; del mismo modo que tampoco es cierto que en Europa y Norteamérica se hayan registrado más de 70 matanzas islamistas (Trump y su equipo se han inventado masacres con nombre y apellido). Lo importante es que mucha gente lo cree y está poco dispuesta a salir de ese engaño. Muchos romanos respaldaron a Nerón cuando éste culpó a los cristianos del gran incendio.

Combinación peligrosa: angustia, desinformación y falta de juicio crítico

Importantes actores del empresariado se hicieron eco de las informaciones que vincularon los incendios con el «terrorismo mapuche».

Toca entonces pagar el costo del deterioro del sistema educacional, que en el caso de Estados Unidos ha sido tan demoledor como en el caso chileno. Una formación escolar precaria impide que muchas personas adquieran las herramientas de análisis para una mejor comprensión del medio, a lo que se suma el poco interés por desarrollar o cultivar el juicio crítico que ayude a filtrar las informaciones que circulan en las redes sociales. A la larga, Trump y todo ultraconservador han aprendido a moverse con soltura en un terreno abonado por la supina ignorancia popular sobre historia, sobre la cosa pública, sobre cuestiones de sociedad; esa terrible desinformación del ciudadano corriente respecto de las cosas que ocurren a su alrededor y más allá de sus fronteras.

Una de las notitas que alcanzaron una alta viralización en las redes sociales.

Así las cosas, lo que ocurrió en los incendios forestales, junto con ser una señal preocupante de lo que podría pasar en Chile (Piñera y Ossandón coquetearon con el sentimiento contra los inmigrantes), está para ser incluido en un plan de estudio, especialmente en las escuelas de periodismo. Quizás se necesiten nuevos leyes y protocolos para hacer frente a esta epidemia de subnormalidad, ya que, así como la oposición venezolana pasó por propias las fotos de protesta de los soberanistas catalanes, algunos representantes de la derecha chilena además llegaron al extremo de acusar a jóvenes brigadistas de ser autores de unos focos de incendio (pasó en el sector de Poñén), contribuyendo a diseminar por las redes algunas fotografías en las que aparecían armando cortafuegos cerca de zonas pobladas. Esta manipulación informativa tiene una inspiración desestabilizadora, ya que persigue no ya sólo minar las opciones de un progresismo decidido a convertirse en un agente de cambio, sino que -en último término, y nostalgia mediante- busca el retorno de un gobierno autoritario que ponga fin a un plan de reformas y regulaciones que juzga extremo, refundacional y peligroso (para sus intereses, claro está, pues cree que sus intereses están indisolublemente atados a los intereses generales del país).

Pedro Cayuqueo denunciando la irresponsabilidad de importantes referentes del conservadurismo chileno.

En suma, el mundo ha entrado en una deriva peligrosa. La emoción, ciega e infantil, clava sus banderas en el campo que ha de pertenecer principalmente al terreno de la razón. Ilustrativo de este peligroso cuadro es el tuit de la vocera de Chile Vamos, Alejandra Bravo, que relacionó los incendios con la tramitación de la ley que pretende despenalizar el aborto bajo tres causales específicas. Fue a medias desopilante (porque tal afirmación era ridícula) y a medias indignante (como debido ser para las víctimas), pero cuidado: cada vez que el conservadurismo opta por su paranoia más violenta y delirante, la especie humana acaba chapoteando en un charco de sangre. ¿Escuchas? ¿Escuchas que se acerca el desastre?

El Soberano

La plataforma de los movimientos y organizaciones ciudadanas de Chile.

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