Un gesto histórico, resucitado por manipuladores políticos de la “Casa Blanca” para engrupir a los giles, se ha transformado en la moda deportiva del milenio. ¿Es buena idea vincular un deporte convertido en negocio trasnacional con un concepto tan inefable y discutible como es, por cierto, el de “Patria”? ¿Por qué aquellos países destacados en la práctica de este deporte prescinden de un gesto tan chovinista?
*Lucho Abarca
Periodista y escritor
De nuevo, la Selección Nacional de fútbol —la “Roja de todos“, como la llaman nuestros desquiciados relatores— se encuentra disputando una Copa América. Y de nuevo, la mayoría del país, como atornillada frente a los televisores, con las mismas esperanzas, frustraciones y rencores de siempre.
El Covid-19 ha cambiado muchas cosas: estadios sin público, referís con máscaras sanitarias, y más de algún equipo diezmado por la pandemia. Y alguna que otra impertinencia: como esos peluqueros subrepticios, que fueron pillados trasquilando, en un dormitorio transformado en “boite”, a un par de luminarias de la pelota al son de nuestro baile nacional: el regaetton.
Y los dirigentes de la Conmebol, caminando en puntillas entre raudales de críticas y precarios equilibrios financieros, por sus contratos turbios con cadenas internacionales que controlan las transmisiones de esos partidos a los futbolizados del mundo. Todo lo cual es comprensible, dado que esos encuentros con las tribunas peladas significan cero dólares por concepto de taquilla. Pero, el cambalache es bueno. Yo mismo, desde las antípodas, puedo mirar todos los partidos, en la pantalla de mi computador, o en mi teléfono inteligente, que tiene una “App” tan maravillosa, que me pronostica hasta el resultado de los partidos, con 24 horas de anticipación. Lo que me permite apostar sobre seguro, pero con catastróficos resultados, ya que casi siempre el pronóstico es errado… ¡Igual que los encuestadores de Cadem!
Volviendo a esos partidos, también ha cambiado la “Mise en Scene” al comienzo de cada partido. Transmisiones de recientes Copas Mundiales de la FIFA nos acostumbraron a esa tierna ceremonia de la entrada de los equipos a la cancha: el réferi con la pelota en la mano, escoltado solemnemente por los otros oficiales. Y los jugadores, con los infaltables niñitos/niñitas de la mano. ¡Admirable y fascinante! Aquello despierta los sentimientos maternales de los millones de mujeres que siguen la transmisión. Y muestra, a las claras, que esos jugadores eran tipos altruistas y nobles, además de papás modelos.
Pero el Covid-19 nos ha robado esa delicada escena. Se puede saludar con los codos, para evitar contagios. Pero no se puede caminar codo a codo con un niño. Por tanto, los jugadores ahora hacen la caminata en la más desolada orfandad, sin ningún pequeño que los proteja de habladurías y canalladas de los periodistas. Ahora caminan abatidos hacia donde la música y letra de sus himnos nacionales los esperan, para así poder cantar jurando que siguen dispuestos a “morir por la Patria”. Estudios profundos de aquellos himnos muestran que, casi todos ellos, hablan de martirios semejantes. Lo que viene a confirmar mi sospecha personal de que todas las letras de esos himnos parecen haber sido escritas por generales y almirantes con ansias genocidas.
De hace algún tiempo, en esa ceremonia circense, un hecho acapara mi atención: el que los jugadores de selecciones nacionales de todo el planeta, al entonar desafinadamente sus himnos nacionales, se ponen la mano arriba de la camiseta, justo allí donde está la tetilla izquierda, donde se supone está el corazón. Solemnes y majestuosos, con gestos definitivamente patrióticos en el rostro, los jugadores entonan la canción que tan bien describe su inmolación patriótica. Con la mano derecha en la tetilla zurda. ¡Nunca al revés! Mano derecha, tetilla izquierda.
Hay que aclarar que no todos lo hacen. Con documentos oficiales del Banco Mundial y organismos de las Naciones Unidas, comprobé que mientras más subdesarrollados eran esos países, más patrióticos eran sus jugadores. ¿Los países africanos? ¡Todos con la mano derecha en tetilla izquierda! Los países más atorrantes de Asia, lo mismo. Pero no así Japón, China o Corea del Sur. Las naciones europeas tampoco lo hacen, con excepción de un par de tribus salvajes y analfabetas del este. Y en Sudamérica, calcado a África. Casi todos, con el bendito gesto, Chile entre ellos. Sin embargo, las potencias futbolísticas de nuestro rincón del mundo, los que han sido campeones del mundo, argentinos, brasileños y uruguayos, no lo hacen.
Yo he estado mirando fútbol internacional por más de medio siglo. Vi jugar a Chile tres veces, en el Estadio Nacional, en la Copa del Mundo 1962. Desde esa época hasta ahora, sigo el fútbol con gran interés. Y hasta hace muy poco, los seleccionados chilenos nunca escucharon la “Canción del Puro“ con la mano derecha en la tetilla izquierda. O viceversa, con izquierda en la tetilla derecha. Ni en la tetilla ni en ninguna otra presa del cuerpo humano. Más aún, no existe ninguna foto, entre el año que una Selección Chilena jugó su primer partido oficial (el 29 de Mayo de 1910, contra Uruguay, en Buenos Aires, en un triangular para celebrar el Centenario argentino), hasta fines del siglo XX que muestre a jugadores chilenos en esa posición. Es una moda reciente. La tonterita comenzó con el nuevo milenio. ¿De dónde vino esta ridiculez? Muy pocos conocen su interesante y patética historia.
Tratándose de un gesto patriotero ordinario, por supuesto que la moda nació en Estados Unidos, el paraíso del chovinismo. Y tuvo sus orígenes en la politiquería y manipulación de la gente, al más alto nivel: en la Casa Blanca. Y nació en dos etapas: en la primera, su promotor fue el fracasado presidente Jimmy Carter.
En el año 1979, en Irán, estudiantes musulmanes militarizados, partidarios del Ayatollah Komenei, invadieron la embajada de EE.UU, tomando como rehenes a 52 diplomáticos norteamericanos. Los estudiantes estaban resentidos por el apoyo que EE.UU. le había dado a Reza Pahlavi, el Shah de Irán, quien gobernó en forma despótica desde 1941 a 1979. Más de 60.000 iraníes murieron a causa de la brutal represión durante esos 38 años.
Con los rehenes en poder de los estudiantes, y protegidos estos por el Ayatollah, el gobierno de Carter vivió días de impotencia. EEUU fue humillado. Los estudiantes usaban banderas norteamericanas para sacar las basuras a la calle. Una operación militar clandestina de salvamento terminó en desastre y con varios muertos al estrellarse helicópteros, en la noche desértica del Golfo Pérsico.
Para compensar su humillación, Jimmy Carter acudió al nacionalismo. Y para los Juegos Olímpicos invernales, de Lake Placid, Nueva York, usando una sorpresiva victoria de un equipo norteamericano de hockey sobre hielo, sobre el cuasi invencible equipo de la Unión Soviética —en un clima afiebrado de Guerra Fría—, Carter escuchó el victorioso Himno Nacional de EE.UU. con la mano derecha sobre la tetilla izquierda. Los jugadores siguieron el ejemplo, y EE.UU. cayó en un estado de trance. Se le llamó “Milagro en el Hielo”. Y desde ese día, Carter usó el gesto cada vez que pudo: le traía popularidad. También, desde el inicio de la Crisis de los Rehenes había comenzado a usar, en el ojal de la solapa, una pequeña banderita norteamericana de oro.
Pero eso no salvó la presidencia de Carter. En noviembre de 1980, fue derrotado abrumadoramente en las urnas por el derechista Ronald Reagan. Y el mismo día que Ronald Reagan asumió el poder, el 20 de enero de 1981, los rehenes en Teherán fueron liberados por sus captores.
Reagan, un hombre famoso por su incultura y bonhomía, tenía una “Troika“ de ayudantes políticos, de los que dependía enteramente. Extrañado e inseguro por los gestos patrióticos de Carter, le preguntó a los asesores de la “Troika“ si acaso convendría mantener el gesto, por asuntos de imagen. La “Troika” pidió a sus expertos un Informe de ambos gestos de Carter, la mano en la pechuga y la banderita de oro en la solapa. De vuelta, el informe traía una curiosa información, recolectada por historiadores. El gesto de la mano al pecho había nacido en la Primera Guerra Mundial, entre oficiales británicos, en ceremonias funerarias, mientras escuchaban himnos militares.
Pero el gesto de los británicos no tenía nada que ver con patriotismo, corazones, pechos o tetillas. Era algo más íntimo. Lo hacían al enterrar a un camarada caído en combate. En esas ceremonias, de las guerreras de sus uniformes de gala colgaban medallas que esos oficiales habían logrado en su carrera, por actos heroicos o por meros años tras un escritorio, como son la mayoría de las medallas de los militares. Entonces, cuando el cuerpo del camarada iba a ser enterrado, los oficiales, por respeto al caído en combate, su cubrían las medallas con la mano y el brazo, en un gesto que quería decir: “Mis medallas no significan nada, porque yo estoy vivo. El héroe de verdad es el que hoy estamos enterrando”. Y lo hacían con la izquierda, porque la mano derecha, al saludar militarmente, estaba tocando la visera del quepis.
Ese fue el gesto original y se ejerció sólo durante la Primera Guerra Mundial; luego fue olvidado, hasta que Jimmy Carter, quien de niño había visto fotos de esas ceremonias militares, lo rescató para su beneficio. El Informe fue analizado por Reagan y la “Troika”. Y decidieron seguir usando el gesto, como saludo a la bandera, con propósitos propagandísticos. Con seguridad sería del gusto de los tontos patrioteros. Con el tiempo, el gesto comenzó a ser usado por los equipos norteamericanos, en cualquier deporte. La moda impactó y se extendió. Los monos copiones y loros repetidores, que existen en todas partes y en todas las culturas, se fueron sumando. Y cada vez fueron más y más y más…
Nuestra Selección Nacional comenzó a usarlo alrededor del cambio de milenio. No existe ninguna foto de seleccionados chilenos en esa pose en lo profundo del siglo anterior, sólo hay evidencias de su aparición en las postrimerías del siglo XX, cuando la liturgia se instaló sin que mediara ninguna discusión sobre su conveniencia. Por cierto: ya en los ’80 la Junta Militar, encabezada por Augusto Pinochet Ugarte, impuso este “saludo” patriotero en el sistema educacional. Esta manera de saludar el himno lamentablemente sobrevivió en democracia, a diferencia de la estrofa de los “valientes soldados”, y cabe la posibilidad cierta de que hoy estemos reivindicando, sin saberlo, una de las manifestaciones más ridículas del chovinismo castrense.
Y se aceptó porque somos así: seguidores, imitadores sin imaginación, esclavos de modas pasajeras. México, al menos, tiene una forma muy singular de realizar este gesto.
En Sudamérica, los equipos que han logrado Copas del Mundo (Uruguay Brasil y Argentina) no hacen ese gesto absurdo. Abrazados por los hombros, o las manos atrás o a los costados, sí. No sé si por tradicionalismo o porque han discutido el asunto y lo han descartado. Lo que es claro, es que esos países victoriosos saben que los partidos de fútbol y los trofeos se ganan con buen juego, y no los gestos vacíos, estúpidos y que no significan nada.