
El sistema de las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) ha servido para cualquier cosa, menos para cumplir con su objetivo principal: pagar pensiones decentes a los trabajadores que jubilan. Creado por el mismo ideólogo del plan laboral de 1979, José Piñera, el sistema privado de capitalización individual ha demostrado ser un fracaso resistente a todas las mejoras tipo parche introducidas con el correr los años.
¿Por qué se mantiene en pie un sistema que parece no tener arreglo? Una explicación poderosa se halla en una consecuencia que ha resultado ser la única utilidad probada del sistema: financiar la expansión de empresas pertenecientes a los principales grupos económicos del país, lo que se ha logrado a través de préstamos a tasas de interés más que convenientes. Ante todo, más que sistema de pensiones, las AFP fueron creadas para crear el mercado de capitales.
Las debilidades del sistema son múltiples: nulo aporte del empleador en los ahorros previsionales, escasa competencia entre administradoras, altas comisiones, una bochornosa incompatibilidad con un mercado laboral que se caracteriza por su precariedad, algo manifiesto si consideramos los bajos salarios y la inestabilidad de los puestos de trabajo. El origen de las lagunas previsionales se encuentra en los múltiples episodios de cesantía que sufre un trabajador durante su trayectoria laboral.
Para argumentar en favor de sus logros, muchos defensores del sistema de capitalización individual refieren a los países que han seguido los pasos de Chile. Una media verdad por donde se le mire, toda vez que no fueron más que diez países los que acogieron el sistema, ínfima cantidad comparado con los que rechazaron esta opción, entre los que se cuentan los países más desarrollados del mundo (incluyendo Estados Unidos). Del mismo modo, los exégetas del modelo poco y nada dicen que los países que implementaron el sistema, entre ellos Hungría y Polonia, debieron suprimirlo en vista de su fracaso. Argentina, otro país que lo implementó, acabó con él sin que hasta a
hora algún representante haya propuesto resucitarlo. La razón se encuentra en el sentido común: no sirve como sistema de pensiones.
Asimismo, otro factor negativo del sistema dice relación con la entrega de recursos a conglomerados que poco y nada aportan al desarrollo del país. Muy por el contrario: por la naturaleza rentista de quienes asoman como sus propietarios y gestores, las empresas que integran estos grupos (siempre en el ámbito de servicios o relacionadas con la industria extractiva) realizan un nulo aporte en términos de investigación, desarrollo e innovación, lo que torna imposible el anhelo de dar valor agregado a la producción nacional. En definitiva, la gran paradoja del sistema de AFP es que los mismos ahorros previsionales sirven para hacer competitivas a empresas que conjuran nuestras opciones de desarrollo.