Sebastián Benfeld, campeón del Tratado de Escazú, cree que se abre una oportunidad única para tomar conciencia sobre los efectos que las crisis ambientales y sanitarias provocan en la economía, lo que necesariamente nos llevará a discutir sobre un paradigma de desarrollo extractivo y sucio, más aún en medio de un proceso constituyente. ¿Aprenderemos a cuidar nuestra casa planetaria o simplemente estamos atados a las vías de un tren esperando a que el convoy nos pase por encima?
No es un exceso afirmar que el actual modelo de desarrollo global está conduciendo a la humanidad a su propia extinción, destruyendo a su paso toda forma de vida existente en la Tierra. Se creía que la era de las pandemias surgiría cuando los efectos del cambio climático estuvieran ya instalados. Pero el planeta ya nos está dando muestras de lo que viene cuando, producto del aumento de temperaturas, sea mayor el número de insectos portando enfermedades y mayor sea, asimismo, la interacción con la fauna silvestre debido a la intervención de sus territorios salvajes. “Concuerdo en que estamos en un periodo de crisis climática. Este problema ambiental lleva mucho tiempo acumulando daño, y esta crisis del coronavirus ha incidido en mayores grados de desigualdad pues no todos van a sufrir las consecuencias de forma pareja”, señala Sebastián Benfeld, uno de los cinco jóvenes representantes de Latinoamérica y el Caribe del Tratado de Escazú.
“Pero es también una oportunidad histórica para que discutamos cómo queremos que sea la sociedad del mañana, una que nos presentará desafíos enormes si consideramos que sólo en Sudamérica tenemos 66 millones de personas bajo la línea de la pobreza, y 23 millones de niños que viven en áreas en riesgo de inundación. Es urgente y necesario caminar hacia un mundo más sostenible, porque claramente el que tenemos no lo es y conduce a la especie humana a su extinción”, agrega.
Este tratado toca intereses, y esa gente tiene un poder formidable para instalar su visión en los medios y de remar en sentido contrario a lo que busca Escazú.
-Lo dejaría hasta ahí nomás. Ellos tienen plata y recursos, pero nosotros somos más, y lo demostramos cuando fuimos a la calle el 18 de octubre, y fue gracias a ese movimiento social que hoy tenemos un proceso constituyente, cosa que no habíamos soñado nunca antes del estallido. Eso demuestra el poder de la gente cuando actúa. Este debate es muy interesante porque lleva implícito el cambio en el modelo de desarrollo, de transitar a una matriz más compleja. No significa tampoco que los empresarios van a perder todo. Sólo plantea que aquellos que, por ejemplo, se dedican a producir combustibles fósiles puedan transitar a la energía solar. En suma, este tratado simplemente trata sobre hacer las cosas en armonía, de forma justa y equitativa.
Todo proceso tiene su reverso. También podemos dejarnos arrastrar por liderazgos nocivos que busquen culpar a los más débiles en un periodo de crisis que, como suele suceder, inflama sentimientos de nacionalismo y religiosidad muy irracionales.
-Es tremendamente peligroso. Vemos líderes como Donald Trump y Jair Bolsonaro que son atroces para los ecosistemas del mundo, cuyas políticas aumentan los niveles de desigualdad e injusticia. Esto tiene que ver mucho con el Tratado de Escazú. Esto de que pocos tengan el poder de todo ya no se sostiene más. Es importante que aumente la participación ciudadana en materias que la afectan, especialmente frente a inversiones que provocan impactos en sus territorios y comunidades. Para obtener desarrollo debemos tener sociedades más participativas. El plebiscito constitucional es una buena manera para empezar.
Es difícil avanzar cuando en el gobierno hay altos niveles de analfabetismo ambiental. El mismo Presidente dice a cada rato que hay que invertir en embalses para evitar que “el agua se pierda en el mar”.
-Eso es tremendamente frustrante, triste y decepcionante. La cuestión ambiental es muy fácil de comprender, entonces uno se pregunta si esta gente es tonta o es perversa.
¿Cómo le explicamos a la inmensa mayoría que hay que firmar Escazú? Más todavía en un periodo tan complejo, de mucha cesantía, de mucha angustia y desesperación. Muchos empresarios saldrán a decir que el tratado atenta contra la generación de empleo.
-La gente ya no necesita explicaciones. Además los problemas de desempleo o de calidad de los empleos viene de mucho antes. La gente ya sabe de desigualdad e injusticia. Ya no basta con tener un empleo cualquiera cerca de una comunidad mientras esa actividad económica destruye a la misma comunidad y enferma a los que ahí viven. Por eso salimos el 18 de octubre a las calles. Es importante aclarar que este es el tratado más importante en materia de Derechos Humanos en los últimos 20 años.
Pero Chile ha suscrito muchos TLC, y evidentemente hay una tensión entre una política económica de apertura para atraer inversiones y este tratado de Escazú. Ciertamente el inversionista busca retorno, y para ese inversionista o empresario es más conveniente hoy echar abajo todo el bosque nativo esclerófilo para cultivar paltas, que están de moda en Asia.
-El Tratado de Escazú no es retroactivo, así que no tocará los TLC que ya están firmado, pero sí regirá para las inversiones futuras. Quien quiera instalar una termoeléctrica al lado de mi casa seguro tendrá problemas con los vecinos. Pero ya está bueno de que terminemos con ese abuso al que se nos somete para favorecer inversiones que benefician a unos pocos. No puede ser que privemos de agua a la gente de Petorca para llevar esa agua a Europa, China y EEUU. No podemos tampoco seguir exportando piedras. No podemos tener una matriz productiva tan básica. Una economía se desarrolla en base a innovaciones productivas, con ciencia y tecnología. Me da risa ese discurso de que Escazú quita soberanía. El TPP11 quita soberanía. Es increíble y patético decir eso de Escazú y no de TPP11. ¿O sea que prefieren ceder soberanía nacional a inversionistas y organismos internacionales en vez de empoderar a su propia ciudadanía en la toma de decisiones que le afectan? Es un argumento patético.