El problema de las energías renovables es que son intermitentes.  En ocasiones al sol lo tapan las nubes, los ríos disminuyen sus caudales en verano y el viento no sopla siempre“.   

Esta frase, repetida en distintos formatos, es recurrente cuando se debate sobre la factibilidad de las distintas opciones eléctricas.  Apunta, en gran medida, a que se requiere mantener sistemas de respaldo y almacenamiento de energía 24/7 siempre disponibles (petróleo, carbón, baterías, uranio, etc.) para así no depender de las veleidosidades de la naturaleza.

Es ésta, concepción hermana de “el agua que se pierde en el mar” (para impulsar la hidroelectricidad), “el océano es inagotable” (para masificar las desaladoras) o “las áreas silvestres protegidas son territorio desaprovechado” (para meterle manos a bosques, estepas, glaciares).  Todas nociones que se sustentan en que el ser humano estaría mandatado a enseñorearse sobre todas las otras vidas, a su antojo.  “Porque las personas están primero“, “porque no puede existir conservación sin el ser humano” se ha dicho en los últimos días.

Si creyéramos a pie juntillas en tales premisas, para salvaguardar la Antártica por su importancia global sería necesario poblarla.  Mal que mal, por las condiciones climáticas extremas por allá lejos sí que no vive nadie.

El día en que la humanidad comenzó a considerar los ciclos de la naturaleza como un problema, incluso un error, inició el peligroso camino (despeñadero, más bien) que la trajo hasta acá.  Los datos son claros: al año 2020 dos tercios de las especies han desaparecido por nuestras propias acciones.  Es la llamada sexta extinción.

El problema no es que habitemos de espaldas a la naturaleza.  O incluso, en ocasiones, en contra suya.  Tampoco que no comprendamos que ciclos ecosistémicos que durante miles, millones de años, han generado vida no pueden ser parte de una gran equivocación.

Un primer cambio necesario es mirar a nuestro alrededor y darnos cuenta de que todo tiene su rol, toda especie que estuvo acá previo a nuestra llegada cumple un papel.  Son sus funciones ecosistémicas, relevantes en sí mismas y que cuando benefician al ser humano pasan a ser servicios ambientales.

Ahí están las temidas arañas.  Seres protagonistas de terror y pesadillas que aportan a mantener el equilibrio natural y, en lo que nos compete, nos libran de muchos otros insectos que sin aquéllas se transformarían en plagas que afectarían nuestra salud.

O las odiadas moscas.  Que claramente transmiten enfermedades, pero a la vez son las responsables de polinizar muchas plantas.  Como la del cacao, desde donde extraemos el chocolate.  Sin el jején (un tipo de mosca) no conoceríamos el Trencito.

Es como la lluvia.  La de ayer, en pleno verano.  Que no descendió para estropear la salida outdoor de nadie, locales ni afuerinos.  Simplemente llegó para dar un respiro a los recientes soleados días patagónicos.  Su rol no es perjudicarnos, es vida que baja del cielo.

O el hongo madre del vinagre (del latín vinum acre: vino agrio).  Como el que encontramos la vez que dejamos las manzanas para jugo por semanas en una olla.  Mutante, el Mycoderma aceti es responsable de la fermentación de alimentos altos en azúcar.  En circunstancias normales, esa mezcla “descompuesta” habría terminado en un vertedero. Pero no, hoy está embotellada.

Nómbrame un ser vivo desagradable y te diré cuál es su puesto en la armonía de la biodiversidad: ratas, tábanos, polcos, cucarachas, pirañas algo tienen que aportar.   

Por cierto que éste no es un llamado a exponernos más de la cuenta.  No por entender que las serpientes de cascabel tienen una función tomaremos una por la cola. Todo tiene su momento y lugar, y comprobado está que hemos sido los seres humanos quienes zamarreamos el avispero planetario, con intervenciones a nivel local y global que han generado los impactos ya conocidos.  Y, lamentablemente, muchos por descubrir.

Las crisis ecosistémica y climática, y la acidificación de los océanos, son el gran paraguas de nuestros actos.  Pero también los más locales, que en el caso de la Patagonia nos tienen lidiando con las chaqueta amarilla (Vespula germánica), el abejorro europeo (Bombus terrestris), el visón (Neovison vison), la rosa mosqueta (Rosa eglentaria), el pino (Pinus radiata/insignis, contorta, ponderosa).   Todas especies exóticas que en mayor o menor medida han ido generando desequilibrios locales, arrasando la biodiversidad endémica adaptada durante consecutivas épocas de ensayo y error.

Ya lo dijo alguien: la principal especie invasora y exótica somos nosotros.  Enfrentar aquello son palabras mayores, y no cabe duda que es parte de la reflexión.  Pero aún así un primer y sencillo paso es observar, conocer, aceptar y agradecer el rol que las otras vidas cumplen en la partitura con la cual se compone la hermosa sinfonía de la existencia universal.

Por Patricio Segura Ortiz, Periodista. 

Patricio Segura

Patricio Segura es periodista y activista ambiental. Ha escrito columnas para revistas como Science Magazine y Nature, entre otras publicaciones. Preside la Corporación Privada para el Desarrollo de...

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