¿Existe un dilema entre cuidar la economía y cuidar la naturaleza? Dicho de otro modo: ¿es inteligente la destrucción de un ecosistema para permitir el crecimiento de una industria que, a la larga, enfermará a todos quienes habitan ese ecosistema? Enseguida presentamos una reflexión del periodista y activista ambiental Patricio Segura sobre uno de los falsos dilemas que enarbola el neoliberalismo alrededor del globo.
Hace algún tiempo escuché a Felipe Ward, hoy ministro de Vivienda, ayer de la Presidencia, Bienes Nacionales y diputado, una idea que en cierto sector ideológico es recurrente. “No podemos generar pobreza por cuidar la naturaleza”. La lanzó durante una sesión de la Comisión de Medio Ambiente del Senado, cuando se discutía la re-delimitación del Parque Patagonia, cuyo decreto aún se encontraba en Contraloría. El objetivo de la cita era develar las presiones de la minera australiana Equus Mining, pequeños campesinos y políticos y autoridades locales, para restringir el tamaño del área bajo protección oficial.
Este concepto fue reafirmado meses después por la cuenta oficial del Ministerio de Bienes Nacionales cuando, luego de orquestar las bases sociales y políticas para proceder según ya tenía acordado el gobierno, comunicó un “acuerdo” con las comunidades aledañas al nuevo parque: “La naturaleza no tiene por qué ser sinónimo de pobreza” fue el tuiteo que se mandó el ministerio para conmemorar un 13 octubre de 2018 lo que calificó de un gran logro.
Esta visión ideológica no es extraña. Es hermana de la que nos susurra que “los ríos se pierden en el mar”, que los parques nacionales son “territorio desaprovechado” y que la biodiversidad sólo es válida en su función productiva: es un recurso natural.
Lo complejo de modificar el modelo institucional es que el entramado ideológico que esta mirada sustenta no es encasillable exclusivamente en el histórico clivaje izquierda/derecha, por lo menos en Chile. Extractivismo y zonas de sacrificio permean, con matices hay que reconocer, en ambos espectros políticos en sus formas más tradicionales. Lo que sí está claro es que el neoliberalismo es el menos dado a aprender de las nuevas visiones, ni el cambio climático les hace mella. Y se entiende, perdería su esencia si desconociera la mercantilización como uno de sus sinos.
La paradoja es que el argumento que se usa para la naturaleza no se replica, por ejemplo, en la economía. En ésta sí que es posible sostener sistemas que generan pobreza. Y no sólo ello, también problemas de salud (la industria del tabaco), falta de acceso a la educación (la privatización del sector), al agua (el derecho de propiedad sobre este elemento esencial), la seguridad social (la capitalización individual) y a todo lo fundamental para una existencia en dignidad. Más que pensar en cómo queremos vivir, como pueblo, y de ahí definir el sistema económico que tendremos, se pone por delante la carreta del capital (y la acumulación, hay que decir) por sobre los bueyes del buen vivir general.
Uno de los principios ordenadores a considerar es que ninguna sociedad es justa y sustentable (manoseado concepto, ya lo sé) si no es universalizable. Es decir, si alguien en algún lado está pagando la factura para nuestra calidad de vida.
La naturaleza cumple múltiples funciones. Algunas son propias para mantener el balance vital, por ello un concepto a considerar como principio es tener como eje un ambiente sano y ecológicamente equilibrado. Y otras son fundamentales para la existencia humana, actual y futura, y que se reconocen como servicios ecosistémicos.
Este será uno de los terrenos de disputa constitucional, por cierto. Y he ahí un punto de encuentro con quienes, sin tener una mirada prioritaria desde lo socioambiental, sí comparten la importancia de la construcción colectiva, que evita en algo a que unos pocos decidan por todos, unos pocos se lleven la parte del león, unos pocos sean siempre privilegiados.
Porque, aunque le pese a Felipe Ward y a muchos, el motor debe ser que sí se puede crear riqueza cuidando la naturaleza. Claro que esa riqueza no es sólo material, es una que permite sostener la equidad intergeneracional.