Al fin supimos cuántos pares son tres moscas y cuán gravitante es el desarrollo científico y tecnológico en los planes futuros del gobierno. ¿Cuánto pesa? Poco. Quizás menos que en el gobierno anterior a juzgar por la disminución en la partida reservada para 2019 respecto de 2018. Conclusión: el recorte presupuestario demuestra que la generación de conocimiento no ocupa un lugar prioritario para los que tienen la misión de conducir los destinos de Chile. Es hora de que la ciudadanía entienda la gravedad de esta situación.  

Todo político chileno dice valorar la ciencia, más si está en campaña o en un seminario. A la hora del discurso no duda en decir, conmovido, emocionado casi hasta las lágrimas, que gracias a ella daremos los pasos que nos permitan salir de la trampa del ingreso medio y, a partir de ahí, entrar de lleno, de una buena vez y para siempre, en ese selecto grupo de países donde existen sistemas de transportes decentes, viviendas y barrios decentes, pensiones decentes, un sistema de salud decente, sueldos decentes

El problema es que la realidad se nutre más de acciones que de palabras, y en las acciones vemos que este gobierno fijó en $668.863 millones de pesos el presupuesto estatal para ciencias y tecnologías en 2019, recortando así más de 32 mil millones de pesos respecto del año anterior, lo que equivale a un 4,6% menos de recursos. Plata que sirve para mucho más que para la realización de pruebas extravagantes en un laboratorio; ya sea para generar nuestro propio capital humano, ya sea para generar el conocimiento que mejora nuestra calidad de vida y, en definitiva, enriquecer nuestra productividad, que es lo que todo gobierno desea para su país. Se supone.

Académico e investigador Jorge Babul

Qué explica esta nueva afrenta al mundo de la ciencia y la cultura, que también salió mal parada en la repartición de dineros? Y aquí hay dos razones de fondo que explican el histórico desprecio de la élite por la cultura en general, ese ámbito donde también habita la ciencia: una, que la élite chilena, cautiva de su extractivismo y su rentismo atávico, considera la ciencia y la cultura como dos bienes suntuarios, verdaderos lujos innecesarios en países que viven a palos con el águila, acaso una excentricidad que, por no generar plata en lo inmediato, se torna inútil. Y también está la otra razón: la de creer que dar un decidido impulso a la ciencia y la cultura implica de por sí una planificación, y se sabe que en un país altamente ideologizado la sola palabra «planificación» suena a intervención estatal de la economía, o al retorno a un régimen de sustitución de importaciones, o bien al regreso de las expropiaciones y quién sabe qué más. En suma: el retorno a la Unidad Popular, con colas para comprar el pan y chancho chino.

Hay mucho de ese prejuicio en el origen de este desinterés por la ciencia. Al menos como hipótesis suena bastante atendible, según reconoce el investigador, científico, doctor, académico de la Universidad de Chile y activista por el desarrollo de la ciencia Jorge Babul. «Puede ser, pero entonces que lo digan de una buena vez. Que digan que en Chile rige sólo el mercado y que todo aquello que no sea necesario aquí y ahora morirá de forma natural«, sostiene el académico, quien critica esta perspectiva ya que, al menos hasta ahora, ningún país ha llegado muy lejos sin hacer una planificación respecto de qué quiere conseguir en el futuro: «Yo creo que debemos ponernos de acuerdo los investigadores y dentro del Ministerio (de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación) es donde debe darse esa discusión. Debemos hacer un plan, no hay más vuelta que darle al asunto. Hay que conversar respecto de qué queremos para Chile, cómo incluimos a las universidades, que son las que forman a nuestros investigadores… ¡Las universidades están desesperadas por saber cómo ayudar a que este país sea mejor!».

«Al Gobierno le hemos dejado una carta con más de tres mil firmas. Hoy, si algo positivo podemos sacar de todo esto, es que nos han acompañado en este proceso muchas organizaciones de la sociedad civil, del mundo de la cultura, del arte, en fin… Y más importante es que hemos recibido acompañamiento de agrupaciones de jóvenes científicos, jóvenes que entienden la magnitud del desafío que tenemos como país y que dedican generosamente parte de su tiempo a dar esta pelea, una que es por Chile», sostiene Babul. «Aquí están los que abogan por el avance del conocimiento, los que investigan; aquí están las humanidades, las artes, las ciencias sociales, las ciencias duras, las ciencias exactas, los filósofos… Toda ella gente que ha mostrado un enorme grado de madurez y que ha hecho su contribución, un esfuerzo que no se aprecia bien», agrega.

Eso con los políticos y los empresarios. Pero, ¿y la gente? ¿La gente aprecia ese aporte? Si bien el desdén por la ciencia ha echado raíces profundas en la idiosincracia de la élite durante generaciones -aun cuando la era que nos toca atravesar se muestra más receptiva a la superchería, la posverdad, la religiosidad y el nacionalismo más irracionales-, también es justo afirmar que la propia ciudadanía (o lo que queda de eso) aún no toma conciencia del valor que tiene el desarrollo científico.

Ha faltado una estrategia que logre transmitir el valor de la ciencia, del conocimiento, y eso sólo se logrará cuando se le ponga números y se le aclare, en términos muy sencillos, el impacto que el desarrollo del conocimiento genera en su vida cotidiana (¿la medicina?, ¿el empleo?, ¿en el crecimiento quizás?), en la de su familia, de sus hijos, sus nietos. Así las cosas, no es de extrañar que la inversión del país en investigación y desarrollo sea del 0,38% del PIB (muy por debajo de Argentina), a la cola en la OCDE, donde el promedio es 2,5% del PIB. La realidad es tan desoladora que Mario Hamuy, astrónomo y Premio Nacional de Ciencias Exactas 2015, renunció a la presidencia de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt), entidad que antecede al Ministerio en conformación.

directora de la Asociación de Investigadores en Artes y Humanidades de Chile, Carolina Gaínza

Ahí es cuando entra toda la «poesía» que ayuda a darle sentido a ese trabajo. Para eso están las artes, la filosofía, los investigadores sociales. Es al menos lo que afirma la directora de la Asociación de Investigadores en Artes y Humanidades de Chile, Carolina Gaínza, quien aseguró que «no podemos plantear un cambio en el modelo de desarrollo sin mirar qué ha sucedido hacia atrás, y en ese caso el trabajo de los historiadores y de los cientistas sociales ha sido importantísimo. Incluso una simple crítica literaria puede hacer esas preguntas, o lo que vemos en ciertas novelas que plasman lo que ocurre en su tiempo. Los cambios al modelo, que definitivamente tocó techo, pasan no sólo por una cuestión económica, sino también es una cuestión cultural», añade la académica de la Universidad Diego Portales.

«Un país es lo que su gente piensa, lo que sabe, lo que imagina, lo que discute, lo que expresa en todos sus sentidos. El problema es que no hay una mejor articulación de los saberes si no existe un plan», dice luego el profesor Babul. «Y nosotros, como investigadores, no tenemos una idea clara de cómo contribuir mejor al país y a su desarrollo porque falta un plan que permita coordinar saberes y detectar nuestras debilidades. En Chile tenemos gente muy bien preparada, pero no están participando en el proceso creativo de desarrollo del país», concluye Babul.

El Soberano

La plataforma de los movimientos y organizaciones ciudadanas de Chile.

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