El estallido social hizo volar al país por los aires, pero también a muchos grupos, instituciones y personajes que fueron incapaces de leer el momento político. Otros, en tanto, supieron surfear la ola. ElSoberano.org no tiene interés en temas propios de la política partidista, pero dada la magnitud de la crisis no queda más que hacer de tripas corazón y hablar de un montón de tipos de los que no queremos hablar mucho. En esta primera entrega, el análisis se centrará en los que han visto crecer sus bonos desde el 18 de octubre.
Y si quieres revisar nuestra segunda entrega, acá te dejamos una muy larga lista de los que guatearon y se fueron a la B con la crisis política y social en Chile.
Los movimientos sociales
Los chiquilles de los movimientos sociales son la reserva moral de este país. Son los que nunca abandonaron, ni siquiera en la hora más oscura del régimen neoliberal que nos gobierna. A riesgo de ser asesinados (en Chile hay activistas y dirigentes sociales asesinados con total impunidad), los voceros y coordinadores, como les gusta llamarse a sí mismos, han sido los que han golpeado a una cultura perversa, a una forma de entender la vida. Se niegan a creer -al igual que tantos millones de chilenas y chilenos- que todo cuanto existe en esta vida es una oportunidad de negocio.
Aunque los medios de comunicación tradicionales eviten hablar de ellos (eso demuestra lo peligroso que resultan), los líderes de los movimientos sociales como No Más AFP, Modatima, Ukamau, etc., han mostrado músculo y perseverancia, dos atributos importantísimos en política.
Vitupereados, ninguneados, amenazados, personajes como Luis Mesina, Rodrigo Mundaca o Doris González nunca bajaron los brazos, y por tan simple explicación es que deben ser parte central en cada acuerdo, en el diseño de toda agenda social, parte activa en todo proceso constituyente, que ha de contar con ellos para apuntalar los cambios que Chile necesita. Probablemente están en mejor pie para encabezar un proyecto transformador que las fuerzas políticas de izquierda presentes en el Congreso.
El Chile del siglo XXI debe dejar atrás muchas rémoras de pensamiento y amarras culturales, así que es tiempo de soluciones que rompan los esquemas conocidos en estos 30 años de chacota y perversión. Los dirigentes de algunos movimientos sociales pueden perfectamente liderar algún proyecto presidencial. ¿Por qué no? Ojo ahí. Ojo.
Las mujeres
Cuando el gobierno y los medios de comunicación del oligopolio parecían estar triunfando en la criminalización del movimiento social, las mujeres irrumpieron para poner de vuelta en el centro del debate lo que verdaderamente importa a los chilenos: la dignidad, el derecho a vivir sin violencia, sin miedo y la necesidad de poner fin al abuso de un sistema neoliberal y patriarcal.
Las mujeres recuperaron los titulares de los medios de todo el mundo y se tomaron las calles en Paris, Berlín, Ciudad de México, Bogotá, Barcelona y Madrid, entre muchas otras.
Sus demandas ya se habían escuchado con fuerza durante las movilizaciones del marzo feminista, pero el Colectivo LASTESIS y su performance de protesta “Un violador en tu camino”, generó un espacio de encuentro y de desahogo para miles de mujeres que han sufrido la violencia de un sistema que las oprime, violenta y discrimina. En Chile y en el mundo.
“Muchas mujeres detenidas en las protestas dejan ver cómo los carabineros y el Estado usan la violencia sexual para sembrar miedo y para que las mujeres no se expresen y ejerzan su derecho a protestar”, señaló el grupo a el diario El País sobre el fondo de su protesta.
Los jóvenes
Es una revuelta transversal, pero los jóvenes siempre son los que tiran del carro. De un tiempo a esta parte todos los viejujos rancios (Ottone, Lagos… en realidad todos), mayoritariamente señeras de la Transición, tragasables de los milicos y rastreros ante el poder económico, sienten ese extraño impulso de limpiar sus bocas hediondas con los jóvenes, a los que, no sin dejo de desprecio, llaman “los millennials” o “estos jóvenes”. Años atrás los criticaban porque no estaban ni ahí con la política, pero ahora que asumen un rol protagónico en las movilizaciones sociales se han convertido, por arte de magia, en blanco predilecto de sus dicterios y alegatos de viejos con demencia senil.
Los califican de indolentes, incluso de vagos; cabros irresponsables y de moledera sin otro objeto en esta vida que el goce inmediato, dispuestos sólo a asumir derechos prescindiendo de los deberes. Lo más gracioso es que lo dicen esos seniles que hicieron todo lo posible para que el voto fuera voluntario. Es decir, esos mismos viejos de mierda -en su afán por convertir a chilenos y chilenas en meros consumidores- contribuyeron a hacerlos “irresponsables” en lo que respecta al deber que todo adulto tiene de hacerse parte en la construcción del Estado, máxime cuando ese mismo votante (o no votante) después exige beneficios fiscales como un subsidio habitacional o gratuidad en los estudios superiores.
Las acciones censurables emprendidas por esos viejos de mierda no se limitan sólo al voto. No, señor; no señora: esos viejos de mierda, por ejemplo, poco hicieron por evitar que nuestros abuelos terminaran en la mendicidad a causa de un sistema de pensiones fracasado y espurio. ¿No es eso una muestra inigualable de irresponsabilidad para con el pueblo de Chile? Por cierto: la necesidad de extender la vida útil de los trabajadores (lo que ocurre en la práctica más allá de los 70 años) para que paguen su propia jubilación impide que haya “tiraje a la chimenea”, retrasando así la incorporación de esos jóvenes al mercado del trabajo. Los críticos del sistema de capitalización individual lo han dicho hasta el cansancio. Pero, al menos para esos viejos vinagres, lo anterior es como si lloviera.
Escuchen, viejos de mierda: si los chiquillos no establecen vínculos sólidos con la empresa donde trabajan es porque simplemente asumen que su paso por ella será momentáneo. Ellos vieron a sus padres sacarse cresta y media trabajando con compromiso y poniéndose la camiseta de las empresas. ¿Y qué hicieron las empresas? La empresas les siguieron pagando una miseria y, a la primera de cambio, apenas se dio la posibilidad, los echaron por… adivina: sí, los echaron por “necesidades de la empresa”.
Me saco el sombrero con los jóvenes, y veo que la motivación primera de todos esos viejos cenutrios que los critican es la envidia; envidia porque tuvieron la vida sexual que no tuvieron ellos; envidia porque no tienen los traumas que cargan sus mayores; envidia porque se atreven a llegar donde nunca ellos llegaron en estos 30 años; envidia porque tuvieron más oportunidades para estudiar en el extranjero, envidia porque no se tragan sus historias; envidia porque son capaces de reconfigurar los significados en una sociedad donde el egoísmo es un valor a preservar y la solidaridad, por el contrario, un vestigio de sociedades tribales; envidia porque reciben de sus padres el cariño que nunca recibieron de los suyos; envidia porque, a diferencia de esos viejos de mierda, se atreven a vivir sin preocuparse del qué dirán.
A esos cabros, los que se exponen a perder los ojos y terminar heridos, vayan mis más sinceros agradecimientos (schhhhh… ya cállense, viejos de mierda).
La derecha avispada
Nunca la introducción del aparato reproductor masculino en el globo ocular (por no decir el “pico en el ojo”) fue más grande que cuando Desbordes le dijo a Piñera que la reintegración tributaria debía enterrarse.
Demostró que, aun siendo un momio inveterado (pero momio-momio, del verbo momio, momio tipo Chinchorro) cacha más que Piñera, cosa que tampoco es para volverse loco. Pero se avispó, y lo hizo antes de que el país volara en pedazos.
Desbordes debería ser sindicado como uno de los que evitó el hundimiento definitivo de este gobierno, aunque, en apariencia, parecía que atornillaba al revés. Desbordes fue quien enterró el regalo tributario que este gobierno pensaba darle a los más ricos de Chile, entre ellos al que te dije (su apellido empieza con P) y varios ilustres del gabinete de empresarios nombrado por un señor cuyo apellido empieza con P (con P de pico en el ojo).
En la misma línea de Desbordes están los hermanos Ossandón, que hace rato le sacaron la foto a ese lote neoliberal que, mayoritario, ronca en la derecha desde los años 70. Ambos reniegan de su fanatismo afiebrado y el peligroso divorcio con la realidad existentes en barrios donde abundan los pares de zapatillas colgando de los cables.
Los hermanos Ossandón, que prefieren el fanatismo religioso al fanatismo ideológico, saben que ese sector “chicago-gremialista” le hace un daño inconmensurable a su sector y están vueltos locos por decirle al mundo que no existe una sola derecha.
Manuel José Ossandón derrapó cuando pareció subordinarse mucho a Piñera, pero supo desmarcarse de esa figura y sus exégetas cuando olió el hedor a muerto que despedía el mandatario y su programa de gobierno. Es un tipo populista, es verdad; pero vivo. O al menos más vivo que el muerto de Piñera.
Los alcaldes (la generalidad)
En el Chile del mañana quién sabe si habrá que establecer una ley orgánica constitucional que diga lo siguiente: “Toda autoridad que diga que no vio venir un estallido social debe ser cesada en su cargo de manera inmediata”. Proponemos otra: “Todo cargo de representación debe residir ahí donde lo eligieron”. Incluso la ley orgánica podría obligar al Presidente o la Presidenta a dormir todas las noches en la población más brava de Santiago y someterse regularmente a un examen escrito sobre datos de la realidad: precio del kilo de pan, precio del litro de parafina, valor del pasaje, en fin… Es broma. Pero detrás de la broma hay una verdad: la “autoridad” que diga que no la vio venir es más imbécil que sincero.
Muchos alcaldes, merced a kilómetros de cuneta, sabían lo que se venía esa tarde del viernes 18 de octubre. La alcaldesa de La Pintana, Claudia Pizarro, y el alcalde de Puente Alto, Germán Codina, fueron los primeros en salir de la inercia. Codina lo demostró cuando se echó a la derecha al hombro en momentos que imperaba el desconcierto y la perplejidad. Fue de los que se mantuvo pensando mientras otros se iban a blanco. Pizarro, en tanto, venía clamando sobre lo desigual que es el territorio en las ciudades, esa segmentación casi sectaria diseñada por el peor experimento de ingeniería social desarrollado en América Latina y el mundo.
Ambos llamaron a un plebiscito para remecer al gobierno y apurar al parlamento, a las coaliciones, a los partidos o lo que queda de ellos. El hecho de trabajar en comunas de la periferia les ha enseñado que los teóricos y tecnócratas pueden decir muchas cosas y decir cosas inteligentes, pero nada en esta vida, ningún libro, ninguna teoría, ningún escrito puede ser asumido como un manual para la existencia al que ha de ceñirse de forma tan irrestricta. Sólo los fanáticos actúan así. Codina, medio pollo de Ossandón, sabe que no hay una sola forma de entender el capitalismo, y que se puede ser de derecha sin ser neoliberal. Ser neoliberal es caca. Es oler a caca. Caca, pichí, poto… un asco.
Ignacio Briones
El ministro de Hacienda es un neoliberal de tomo y lomo, pero a la hora de los q’hubo demostró que no come vidrio. Aunque defiende ese capitalismo oligárquico que concentra el poder y la riqueza (eso es el neoliberalismo), tiene claro que sus ideas están a la baja, y prefiere vivir su credo como un penitente que repliega el ejercicio de su fe al espacio privado.
Todos tenemos derecho a creer en Dios, Alá, los espíritus chocarreros; todos podemos creer en el “hombre polilla” y en la charlatanería de la Escuela Austriaca y el monetarismo de Chicago. A riesgo de ser tachado por una eventual acusación de apostasía por parte de los más ortodoxos, Briones ha llegado a reconocer la importancia de contar con un sistema de seguridad social, verdadera herejía, acaso un sacrilegio suicida para los que comparten su forma de entender la economía y la vida en sociedad.
Pero la vida es lo que es, no lo que uno quiere que sea. Y en este minuto nadie quiere saber nada con Federico Hayek, Ludwig von Mises, ni tampoco con Milton Friedman y los “Chicago boys” como Sergio De Castro, Hernán Büchi y otros filibusteros por el estilo.