Pensó que dejando nula el alza del boleto del Metro, sacando los milicos a la calle con toque de queda incluido, y juntándose con los mismos carcamales de siempre, iba a vadear olímpicamente la crisis. No ha sido así. A esta altura, muchos ya exigen su renuncia, porque en los hechos dejó de gobernar. ¡Cuidado…, que le queda todavía la carta del Estado de Sitio para seguir aferrándose al poder!

Por Lautaro Guerrero

Declararle la “guerra” al pueblo fue, aparte de una bravata, un descriterio más de Sebastián Piñera. Con el pretexto de que sus palabras iban dirigidas hacia los violentistas y saqueadores, sacó del baúl de los recuerdos la consigna del miedo que le sirvió en buena medida para regresar a La Moneda: si no ganaba él esa elección, Chile se convertiría en una nueva Venezuela. En “Chilezuela”, como vociferaban sus acomodados partidarios y esa masa tan amorfa como ignorante que, más allá de la humillación y los costalazos, sigue al parecer creyendo en el Viejito Pascuero.

Nuestro “inepto” Presidente, al decir del británico “The Economist”, leyó mal el estallido social y, más allá de eufemismos, de matices en su lenguaje, todo indica que, si no está cerca del analfabetismo absoluto en esta materia, pasa raspando.

Decretó el “Estado de Emergencia”, con toque de queda incluido, y sacó nuevamente los milicos a la calle como en los mejores tiempos de Sergio Onofre Jarpa, último ministro del Interior de la Dictadura. Anunció, en cadena nacional, que el alza en el pasaje del Metro quedaba sin efecto y que iniciaría una serie de reuniones con los representantes de los otros poderes del Estado y de los partidos políticos para intentar salir del embrollo en que lo metió su absoluta desconexión con la gente y una megalomanía vana que raya con la más completa aunque no asumida estupidez.

Pensó él que, con eso, no sólo ganaría tiempo. Tendría margen suficiente para vadear la crisis y prometer el reparto de aspirinas a un populacho atrevidamente soliviantado. Calmadas las aguas, echaría mano a esas mismas culebras que le han servido para todo: desde llegar a ser Presidente de la República por partida doble, robarse un banco y evadir impuestos como si fuera una gracia o un deporte. 

¡Y pasar colado una y otra vez, en circunstancias que un flaite mechero se va en cana si se roba un pollo…!

El problema es que por el “oasis” de Piñera pasó un huracán Katrina que no dejó arena ni palmera parada, y ninguno de los subterfugios a los que sigue echando mano han dado muestras de resultarle.

De partida, al parecer nadie le advirtió que los restantes poderes del Estado -legislativo y judicial- están tan desprestigiados como su gobierno. Nadie le hizo ver, tampoco, que reunirse con los presidentes de partidos no va a constituir para el pueblo ninguna buena noticia, sencillamente porque los partidos carecen de la más mínima credibilidad, y la ciudadanía a estas alturas es tan poco lo que los pesca que estos se encaminan a paso firme a una muerte natural que de seguro no lamentará nadie.

En otras palabras, Piñera piensa que, reuniéndose con carcamales y dinosaurios en franca extinción, recuperará el orden, la “normalidad”, y podrá seguir vendiéndonos tranquilamente pomadas de aquí hasta el 2022. Que podrá continuar en La Moneda hasta el fin de su período como si nada hubiese pasado.

Después de todo, que el tipo es un caradura, lo es. ¿Quién evade impuestos millonarios comprando empresas “zombies” y no paga las contribuciones de su casa de veraneo durante 30 años y luego tiene cara de criticar a los “delincuentes” que se saltan los torniquetes del Metro? 

Sólo Piñera, que siempre se supera a sí mismo.

A tres días ya de declarado el “Estado de Emergencia”, Piñera no controla nada. La gente, en una asombrosa proporción para quienes vivimos la barbarie de la Dictadura, se ha metido olímpicamente al bolsillo el toque de queda. El lumpen sigue provocando incendios donde se le da la gana y los saqueadores vuelven una y otra vez a desvalijar todo tipo de comercios y supermercados, al parecer pensando que igual están muy atrasados en la cuota respecto de los saqueadores de cuello y corbata que llevan como medio siglo saqueando Chile.

Ni los milicos fuertemente armados, y con cara de muy pocos amigos en muchos casos, han disuadido a esa turba que por largos momentos se antoja incontrolable. En otras palabras, nadie controla nada y, al decir de la propia Primera Dama, los “alienígenas” los están obligando a algo terrible, como “compartir privilegios”.

No, señora Cecilia Morel: el pueblo no está pidiendo “privilegios”. Está pidiendo ser escuchado, tomado en cuenta por la despreciable elite que nos gobierna y de esa forma obtener la cuota de equidad y justicia a la que todos tenemos derecho, por más que no hayamos nacido de Plaza Baquedano hacia arriba.

Pocas cartas le quedan por jugarse a nuestro arrogante y megalómano mandatario. El pueblo sigue masivamente en las calles y, en casos increíbles, hasta se ha visto a los pacos de las Fuerzas Especiales tocando cacerolas. ¿Será que muchos uniformados también se aburrieron de ser siempre la guardia pretoriana de los poderosos, que primero los utilizan para que les defiendan sus irritantes privilegios y luego los botan como trasto viejo?

Es que resta preguntarse: si este jaleo sigue como ahora o “in crescendo”, como pareciera ser desde el momento que la rebelión se extiende por el país como mancha de petróleo, ¿qué recurso le queda a un Piñera que, de partida, ya no está gobernando, desde el momento que el país está controlado -y sólo a medias- por los milicos?

¿En qué queda su reforma previsional de juguete, su reforma tributaria para seguir beneficiando a los ricos y, en suma, todas esas paparruchadas que prometió llevar a cabo en este, su segundo gobierno? ¿Con qué apoyo podrían sus iniciativas tener visos de superar el trámite en el Parlamento, cuando los legisladores de los diferentes colores saben desde el viernes pasado que están todos bajo la lupa implacable de un pueblo que despertó de una larguísima siesta?

No es raro, pues, que en las manifestaciones haya ido haciéndose más común la pancarta que reza “Renuncia, Piñera”. Tímidamente, al comienzo, la petición, que nada tiene de descabellada, como cree el ex diputado PPD Antonio Leal, ha ido ganando cada vez más visibilidad a medida que la protesta se extiende.

Lo otro sería que, viéndose absolutamente sobrepasado, Piñera intentara decretar el Estado de Sitio, para tirársele al cogote al pueblo e intentar aplastarlo definitivamente. Que, mediante ese estado de excepción, los milicos corrieran bala cono en sus mejores tiempos. Después de todo, Piñera es un dictador con sus subordinados, simplemente porque el ADN autoritario lo lleva en su sangre, por más esfuerzos que haga por disimularlo. ¿Qué le impediría poner en su sitio a este rotaje que se volvió tan chúcaro?

Pero, en ese caso, algo tendría que decir el Poder Legislativo. Y nos imaginamos que, más allá de ser también mayoritariamente unos frescos y sinvergüenzas, diputados y senadores mostrarán en la eventualidad al menos un poco más de cordura.

Es que con un Presidente que ha dado reiteradas muestras de descriterio, todo es posible. 

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